Uno de los mayores avances en la medicina fue el descubrimiento de los diferentes grupos sanguíneos, realizado en 1900 por el médico australiano Karl Landsteiter, quien recibió el Premio Nobel de Medicina en 1930 por su contribución. Desde entonces, mucho se ha aprendido acerca de los diferentes tipos de sangre. Sin embargo, su existencia misma permanece un misterio.
En la actualidad, las trasfusiones de sangre salvan a miles de pacientes alrededor del mundo, pero durante gran parte de la historia esto se consideraba imposible.
En la década de 1870, varios médicos experimentaron con trasfusiones de leche con resultados desastrosos. Posteriormente, intentaron transferir sangre de ganado y otros animales sin éxito. En el siglo XIX, James Blundell experimentó con trasfusiones de sangre humana, pero la mayoría de sus pacientes morían al no ser compatibles con sus donadores.
Landsteiner mezcló diferentes tipos de sangre en tubos de ensayo y observó que las células rojas se agrupaban, formando grumos. Separó los glóbulos rojos del plasma y realizó diferentes combinaciones hasta hallar un patrón. Descubrió que la aglutinación solamente ocurría al mezclar ciertos tipos de sangre, la cual clasificó en grupos A, B y C (posteriormente recibiría el nombre de O).
Al juntar plasma del grupo A con células rojas de otra persona del mismo grupo, la mezcla permanecía líquida. Lo mismo sucedía con el plasma y las células rojas del grupo B, pero al combinar el grupo A con el B la mezcla coagulaba.
Las sangre tipo O reaccionaba diferente; si mezclaba células rojas de tipo A o B con el plasma O la mezcla se endurecía, pero podía añadir exitosamente plasma de tipo A o B con las células rojas tipo O.
Algunos años después, se descubrió el grupo AB y a mediados del siglo XX el investigador estadounidense Philip Levine añadió a la clasificación de la sangre los símbolos «+» y «-» para indicar si presentaba o no el factor Rh, una proteína integral de los glóbulos rojos. Las trasfusiones únicamente funcionan cuando la sangre coincide con la del paciente, ya que si su sistema inmunológico no la reconoce responde atacándola, resultando en coágulos letales.
A pesar de las múltiples teorías, aún se desconoce por qué existen diferentes grupos sanguíneos. Una de las hipótesis más populares fue puesta en boga por el naturópata Peter D’Alamo, quien asegura que aparecieron durante diferentes momentos críticos del desarrollo del hombre.
La sangre tipo O, por ejemplo, se originó en África con nuestros antepasados cazadores. Por lo tanto, propone que las personas en este grupo sanguíneo incluyan la carne en su alimentación. La sangre tipo A, en cambio, tiene sus orígenes en el sedentarismo y la agricultura, por lo que recomienda a estas personas ser vegetarianas. Si bien su «dieta del tipo de sangre» carece de evidencia concluyente, ha recibido comentarios positivos de quienes la practican.
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Fuente: muyinteresante.com