Reconocida como la mejor obra de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad cuenta la historia de la ciudad colombiana ficticia de Macondo, y el auge y declive de sus fundadores, la familia Buendía.
Revelados mediante intrigantes pliegues temporales, los personajes heredan los nombres y predisposiciones de la familia, pautas que se repiten y reproducen. El poderoso José Arcadio Buendía pasa de ser el intrépido y carismático fundador de Macondo a vivir al borde de la locura.
Macondo repele plagas de insomnio, guerra y lluvia. Surgen misterios casi de la nada. Esta seductora y colorida saga también despliega una alegoría social y política más amplia, a veces demasiado surrealista para ser plausible, y a veces más realista de lo que podría permitirse cualquier realismo convencional. Paradigma del llamado realismo mágico, esta textura alegórica incorpora elementos extraños, fantásticos o increíbles.
Tal vez el ejemplo clave sociopolítico sea la aparente masacre de varios miles de huelguistas a cargo del ejército, cuyos cadáveres parece que han sido subidos a un tren de carga para ser arrojados al mar. Contra la pantalla de humo de la versión oficial, la masacre se convierte en una pesadilla perdida en la niebla de la ley marcial.
La verdadera historia de los desaparecidos adopta una realidad más extraña que cualquier ficción convencional, una ficción que exige revelar la verdad. Si bien la novela puede leerse como una historia extraoficial, alternativa, la inventiva narrativa saca a la superficie sensualidad, amor, intimidad y distintas variedades de miseria.
Imaginen la ingeniosidad y el misterio de Las mil y una noches y Don Quijote de la Mancha contadas por un narrador capaz de metamorfosearse de Hardy a Kafka y viceversa en un solo párrafo. Puede que García Márquez haya engendrado muchos torpes imitadores, cuyas intenciones demasiado avispadas aburren, pero esta novela constituye un documento extraño y conmovedor sobre la soledad.
seryhumano.com / Drew Milne