“Alguien debía haber calumniado a Josef K., puesto que, sin haber hecho nada malo, una mañana fueron a arrestarlo.”
Como en el extenso relato de Kafka La metamorfosis –que empieza con la frase “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto” –, toda la narración de El proceso surge de la situación anunciada en la frase inicial. El protagonista, Josef K., nunca descubre de qué se le acusa, ni logra comprender los principios que rigen el sistema judicial en el que se encuentra atrapado. La narración sigue al personaje en su agotador empeño de entender su situación y de declararse inocente una y otra vez, frente a la total ausencia de una doctrina capaz de explicarle qué significa ser culpable o de qué se le acusa en realidad.
Al seguir a Josef K. en sus esfuerzos por lograr la absolución, el libro nos ofrece un relato increíblemente conmovedor de lo que significa venir desnudo e indefenso a un mundo absolutamente incomprensible, armado tan solo con la sincera convicción de ser inocente.
La lectura atenta de esta novela tiene un peculiar efecto. Aunque nuestra primera reacción frente a los forcejeos de K. con las autoridades es una sensación de familiaridad y de reconocimiento, pronto se produce un extraño vuelco. Empieza a parecernos que nuestro mundo solo se parece al de Kafka, que nuestra lucha tiene solo un leve parecido con esa lucha esencial que nos revelan los apuros inacabables de K.
Por este motivo, El proceso, en su misma falta de conclusión, en su imposibilidad y dificultad, es un libro extraordinariamente estimulante que nos traslada al corazón mismo (pero es corazón vacío) de la experiencia de estar vivo en un mundo de juicios cotidianos llevados hasta sus últimas consecuencias.
seryhumano.com / Peter Boxall