En la literatura moderna ha habido una enorme obsesión por la soledad y Cumbres borrascosas, de Emily Brontë, debe permanecer como la expresión más violenta del producto de una austeridad y aislamiento extremo jamás escrito. Es la historia de un amor absolutamente psicótico, tan alejada de las novelas de sus dos hermanas y de la adaptación cinematográfica hecha por William Wyler en 1939 como sea imaginable.
Emily Brontë se crió con una gran simplicidad, con la única compañía de su padre, pastor irlandés, y sus hermanas, con quienes intercambiaba historias para pasar el tiempo en los remotos páramos de Yorkshire.
Dada su situación, no podía tener ninguna experiencia verdadera del amor, entonces, ¿cómo es posible que destilara una belleza tan natural y una furia tan enloquecida y apasionada en una novela? Hay una especie de terrible modernidad en la historia de Catherine y Heathcliff, un modelo de sociedad muy eficaz, que elimina la elemental e inocente libertad de la niñez a favor de la razón calculada y es este proceso el que hunde a los dos enamorados en el desastre.
Catherine puede rechazar la libertad de su juventud para ocupar un lugar en la sociedad adulta. Heathcliff es empujado a una furiosa venganza que no se detendrá ante nada. Aquí reside la fascinación de Cumbres borrascosas, en un modelo de catástrofe, visto por una mujer completamente inocente, dotada, de alguna manera, de la capacidad de expresar una desesperación pura. Sin duda, esta es la razón que llevó a Georges Bataille a considerarlo “uno de los mejores libros jamás escritos”.
seryhumano.com / Seb Franklin