“En Orfeo tenemos una obra maestra que es prácticamente el único ejemplo de un arte desaparecido” Romain Rolland
Claudio Monteverdi, hijo de un boticario y cirujano de Cremona, Italia, fue un músico prodigioso; cuando era adolescente ya publicó colecciones de música sacra y secular. En el año 1592 había entrado al servicio de los Gonzaga de Mantua, con quienes forjó una amistad profunda, aunque llena de altibajos.
El argumento de Orfeo se basa en gran medida en la leyenda de este personaje, que Ovidio describiera en sus Metamorfosis. La obra se estrenó en la corte de los Gonzaga durante el carnaval, que se asociaba tradicionalmente con espectáculos músicos-teatrales. Eso pasaba unos años antes de que Florencia, con el pretexto de restaurar las tragedias grecorromanas, produjese por primera vez dramas musicales, que más tarde se llamarían <<óperas>>.
Las obras florentinas tempranas incluían dos versiones de la misma historia de Orfeo, las dos tituladas Eurídice, escritas por Peri y Caccini, respectivamente; ambas sirvieron como pálidos modelos de la obra maestra de Monteverdi. Aunque apenas se conocen los detalles del estreno, seguro que Orfeo fue un gran éxito. La obra se publicó dos veces en la vida del compositor.
De hecho, Orfeo estaba entre dos tradiciones: el Renacimiento y el barroco. Si bien su instrumentación, amplia y variada, y sus conjuntos vocales de madrigal indican prácticas anteriores, lo cierto es que su tonalidad organizada y su escritura vocal emotiva señalan ya hacia el futuro.
En una de sus grabaciones todos los aspectos están controlados, pero esto no obstaculiza en modo alguno su intensidad y su lirismo. Por ejemplo, Anthony Rolfe Johnson es un Orfeo maravilloso; aborda con gran esplendor el aria tremendamente exigente <<Possente spirto>>, y Anne Sofie von Otter, en el papel de Mensajero, transmite a Orfeo y al público la muerte de Eurídice con una gran emotividad.
Seryhumano.com / N. Anderson