Tu mascota puede ayudar a que personas internadas en hospitales o deprimidas se sientan mejor con tan solo acariciarla
No tardé mucho en darme cuenta del potencial terapéutico de Max, el cachorro habanero de 5 meses que adopté en marzo de 2014. No ladraba ni gruñía, y parecía que todo el mundo le agradaba, en especial los niños que van y vienen por nuestra calle.
Cuando preguntaba a un niño que lloraba al pasar si le gustaría acariciar a un cachorrito, las lágrimas desaparecían casi de inmediato en el momento en que el pequeño y peludo Max se acercaba, listo para las caricias.
Así que nos inscribí en el entrenamiento para perros de terapia en la Good Dog Foundation, que para mi suerte se reunía en mi vecindario. Si aprobábamos el curso de seis semanas, nos certificarían para visitar a pacientes en hospitales y asilos, a niños en escuelas y gente en otros lugares que reconocían el potencial terapéutico de los animales bien portados.
El entrenamiento implica un esfuerzo serio del perro y del dueño, por lo general en grupos de cuatro a ocho pares. Ni el tamaño del perro ni la raza importan, pero debe ser dócil, no debe ser agresivo ni puede tenerle miedo a los desconocidos, a los ruidos fuertes o extraños, a las sillas de ruedas o elevadores.
Durante nuestra primera visita a los pacientes en mi hospital local, una mujer que dijo haber tenido un «día espantoso» invitó a Max a subir a su cama, le hizo cariños y, llorando de gusto, me agradeció enormemente el haberlo llevado para alegrarla.
Poco más tarde, en el ala de pediatría, una niña que aún no aprendía a hablar y que estaba hospitalizada por laringitis vio a Max y apareció ante nosotros en el corredor gritando de alegría. Los dos se cayeron de maravilla; incluso parecía que Max estaba sonriendo y ella reía mientras le daba palmaditas en la cabeza al perro.
No sé qué sintió Max, pero yo quedé fascinada. Acepté llevarlo para hacer visitas mensuales a los pacientes, con la promesa de ir con mayor frecuencia si mi agenda me lo permitía y podía bañarlo previo a la visita que se requería.
Las mascotas de terapia son distintas de las de servicio, como los perros guía para ciegos, los que detectan crisis sanitarias inminentes en la gente que padece epilepsia o diabetes, o los que estimulan el aprendizaje en niños con autismo o parálisis cerebral.
La terapia se realiza principalmente con animales que son propiedad de particulares (por lo general perros, pero también pueden ser gatos, conejos e incluso canguros, aves, peces y reptiles) a los que sus dueños llevan a las instituciones para mejorar el bienestar de residentes temporales o permanentes.
En los hospitales de Veterans Affairs no solo los perros, sino también los pericos han reducido la ansiedad y otros síntomas en los pacientes que reciben terapia para trastornos de estrés postraumático.
Los estudios han demostrado que después de tan solo 20 minutos con un perro de terapia, los niveles de hormonas del estrés en los pacientes disminuyen y los niveles de endorfinas reductoras del dolor aumentan. Las endorfinas son el narcótico natural del cerebro, la sustancia responsable de la euforia del corredor, la cual ayuda a los atletas lesionados a ignorar el dolor.
Con frecuencia se dice que los perros de terapia son la mejor medicina. Instintivamente, saben cuándo alguien necesita atención y afecto. El invierno pasado, cuando me quedé en cama por la influenza (a pesar de mi vacuna anual), Max, de un año, pasaba horas y horas a los pies de mi cama sin sus demandas habituales de atención y juegos.
En un interesante programa de perros de terapia, que algunas veces se conoce como «perros tras las rejas», son muchos los beneficios tanto para los animales como para los humanos con los que interactúan. Los perros que están en refugios y que no son candidatos a adopción y viven en «sentencia de muerte» quedan bajo el cuidado y entrenamiento de presos seleccionados, entre los que se encuentran homicidas y violadores convictos, muchos de los cuales tienen serios problemas de ira.
Los reclusos trabajan para hacer socializar a los perros, les enseñan a confiar en la gente, a comportarse de forma adecuada y a obedecer órdenes sencillas. A cambio, se ve una disminución en la violencia y la depresión entre los presos; aprenden el comportamiento compasivo, adquieren un sentido de propósito y experimentan el amor incondicional de los perros que están bajo su cuidado.
Al término de la capacitación, los perros rehabilitados se ofrecen a personas que quieren darles refugio y un hogar permanente. A través del Programa de Safe Harbor Prison Dog en la Lansing Correctional Facility en Lansing, Kansas, por ejemplo, se ha logrado la adopción de unos 1200 perros como mascotas.
En un programa similar, los veteranos que regresan de servir en Irak y Afganistán enseñan órdenes básicas de obediencia a perros de refugios; se trata de un proyecto que ayuda a los veteranos a readaptarse para estar en casa y le ofrece al perro una oportunidad de tener un hogar.
Antes de inscribirse a un entrenamiento para perros de terapia, hay que informarse sobre lo que implica el programa y su costo, así como de los requisitos que las instituciones de visita pedirán.
A pesar de todo, la satisfacción que Max y yo hemos adquirido como voluntarios de hospitales compensa por mucho estos requerimientos.
seryhumano.com / Jane E. Brody
New York Times