…dedicado a mi adversario, mas no enemigo, Miklós Lukács

El valor de la familia en el liberalismo
Desde la constatación de la existencia de una especie de “consenso liberal”[1] tras la caída del muro[2] -en realidad, desde su nacimiento-, el liberalismo ha sido atacado denodadamente como cosmovisión política. No es de extrañar, por cierto, las recriminaciones teóricas, técnicas y prácticas que la ideología de izquierda ha planteado, pero llama poderosamente la atención las acusaciones que los conservadores, socios históricos del liberalismo[3], han enarbolado contra él. Especialmente, dichas reconvenciones conservadoras toman capital importancia cuando estamos inmersos, por fin, en un contexto de “renacimiento” de la derecha[4] conducido, precisamente, al menos mediáticamente, por ellos[5]. Todavía peor es la situación cuando notamos que muchos de los aspectos controversiales aludidos tienen que ver con malas interpretaciones y equívocos conceptuales sobre la teoría liberal. Por de pronto, una de las numerosas críticas se relaciona con el papel pretendidamente menor o nulo que el liberalismo le asigna a la familia como institución social. Es el caso del filósofo inglés, Roger Scruton, quien diría que uno de los problemas del liberalismo es que menoscaba el nosotros a favor de una visión individualista y atomizante del yo[6], convirtiendo a la familia en una mera anécdota de la cual el individuo puede decidir participar o no. Acusaría, en ese sentido, que la visión de un individuo abstracto kantiano[7], ajeno a lo que ocurre socialmente a su alrededor, es lo que prima en nuestras sociedades liberales.
Por otro lado, el filósofo español, Ortega y Gasset, también señalaría que la noción de libertad que abriga el liberalismo decimonónico adolecería de fragmentar y separar dicha libertad como tal, aquella versión plena de la misma que los antiguos defendían: ser libre dentro de las reglas[8]. De este modo, ahonda el madrileño, la libertad liberal atomiza al individuo, desenraiza al sujeto de lo que le circunda; exigiendo sus derechos, le aísla de los diversos círculos sociales –uno de ellos, el más importante, la familia-, y del necesario convivir conscientemente bajo una misma ley[9].
Por supuesto, estas interpretaciones son exageradas y erróneas, al menos, en cuanto se alejan de lo que teóricamente plantea el liberalismo, si bien, noblesse obligue, sobre las consecuencias de la pretendida hegemonía liberal pudieran tener ciertas razones pertinentes de su lado[10].
En lo que sigue, pretendo ilustrar por medio de este ensayo sobre lo que el liberalismo, al menos en sus orígenes clásicos y de manera teórica, afectivamente, afirma sobre la familia, en tanto sostengo que la forma o modo como se aborda el asunto desde una perspectiva liberal no solo será una muestra más de que los liberales originarios jamás han pretendido erradicar al sujeto de los ámbitos sociales que le corresponden y que le son naturales, sino que, incluso desde un punto de vista educativo, la familia es un elemento esencial del orden liberal.
Para este propósito me serviré de lo planteado por el decisivo e influyente “padre del liberalismo”[11], el filósofo inglés John Locke, especialmente indagando en su Segundo Tratado del Gobierno Civil (1690), libro más que estudiado pero que, al parecer, no se ha meditado en lo profundo, utilizándose malintencionadamente, al igual que otras obras suyas, para armar un espantapájaros poco preciso de la teoría[12].
Por supuesto, habrá ocasiones en las que me sumergiré en otros cuestionamientos, pero siempre que sirvan de base al objetivo del texto.
Por de pronto, John Locke partirá acudiendo a la descripción de un estado anterior al civil para explicar el surgimiento de esta última[13].
La apelación a una situación anterior de la cual se escapa o se sale hacia un estado de cosas actual no es nueva en filosofía. De hecho, algunos sofistas de la antigüedad ya nos hablarían de ese proceso[14]. Sin embargo, es la modernidad la que habrá de darle el cariz tan polémico que tiene hoy[15]. En ese sentido plenamente moderno, Locke describe este como un estado de naturaleza, el cual consistiría en:
“(…) un estado de perfecta libertad para que cada uno ordene sus acciones y disponga de posesiones y personas como juzgue oportuno, dentro de los límites de la ley de naturaleza, sin pedir permiso ni depender de la voluntad de ningún otro hombre. Es también un estado de igualdad, en el que todo poder y jurisdicción son recíprocos, y donde nadie los disfruta en mayor medida que los demás”
Locke (2014: 28, pos. 423-427)[16].
El estado de naturaleza, entonces, es una situación en la que todo hombre dispone de libertad, propiedad y vida, sin depender, si no, de sí mismo, apelando en todo momento a la ley natural que le habilita no solo a accionar siempre en procura de uno, sino también a atacar legítimamente a quien le hace daño. Es decir, existen diversos ordenes normativos, natural y positivo[17]. En el primero, el hombre es libre de manera natural:
“La libertad natural del hombre consiste en estar libre de cualquier poder superior sobre la tierra, y en no hallarse sometido a la voluntad o a la autoridad legislativa de hombre alguno, sino adoptar como norma, exclusivamente, la ley de naturaleza”
Locke (2014: 40, pos. 603-605).
La libertad, entendida de este modo, no consiste en ser libre de las circunstancias, de la pobreza o mediocridad, por ejemplo, sino de otra voluntad como tal. No es, en caso alguno, como han querido ver algunos conservadores, libertinaje:
“(…) la libertad no es, como se nos ha dicho, la falta de impedimentos que cada hombre tiene para hacer lo que guste; pues ¿quién podría ser libre en un lugar en el que el capricho de cada hombre pudiera dominar sobre el vecino?”
Locke (2014: 63, pos. 955-956).
Pero, además, esta referencia a la ley natural que hace Locke es importante, pues descarta, por de pronto, la idea de que la sociedad civil fuese “creada” ex nihilo nihil.
La sociedad, en realidad se deriva de la intención consciente de los sujetos de evitar las consecuencias nefastas a las que pudiese derivar de que cada uno se halle en la posibilidad de defender su vida, libertad y propiedad por sus propias fuerzas, pero conservando aquellos elementos beneficiosos de dicha condición.
Por consiguiente, es tan natural que seamos libres, como el que exista una inclinación natural a conformar sociedad con otros para resguardar dicha libertad:
“Dios, al hacer del hombre una criatura que, según el juicio divino, no era bueno que estuviese sola, lo puso bajo fuertes obligaciones, tanto de necesidad como de conveniencia, que lo inclinaban a vivir en sociedad; y le otorgó también un entendimiento y un lenguaje que le permitieran continuar su condición sociable, y disfrutarla”
Locke (2014: 77, pos. 1175-1177).
De este modo, la sociedad civil es conformada, en realidad, para tener a quién apelar en casos de conflicto, pero teniendo como referente siempre la ley natural. Así es que la intención de vivir en sociedad está siempre sujeta a que ella se ajuste al único fin por el cual se instituye, que es la procura del bien público:
“(…) el poder político es el derecho de dictar leyes bajo pena de muerte y, en consecuencia, de dictar también otras bajo penas menos graves, a fin de regular y preservar la propiedad y ampliar la fuerza de la comunidad en la ejecución de dichas leyes y en la defensa del Estado frente a injurias extranjeras. Y todo ello con la única intención de lograr el bien público”
Locke (2014: 27, pos. 401-404).
Es por esto mismo, que no se puede endilgar al liberalismo una intención de atomizar al sujeto, desarraigándolo de la sociedad. El individuo necesita a la sociedad, para proteger de mejor manera su parcela, su existencia y su voluntad. Tan fuerte es este convencimiento de que necesitamos de los otros, que el mismo filósofo inglés seguiría diciendo que las normas civiles impuestas por la realidad social no son limitaciones:
“Malamente podríamos dar el nombre de limitación a aquello que nos protege de andar por tierras movedizas y de caer en precipicios. De manera que, por muchos que sean los malentendidos sobre el asunto, la finalidad de la ley no es abolir o restringir, sino preservar y aumentar nuestra libertad”
Locke (2014: 63, pos. 952-953).
Por ello, afirmará el pensador británico ahondará:
“(…) la libertad de los hombres en un régimen de gobierno es la de poseer una norma pública para vivir de acuerdo con ella; una norma común establecida por el poder legislativo que ha sido erigido dentro de una sociedad; una libertad para seguir los dictados de mi propia voluntad en todas esas cosas que no han sido prescritas por dicha norma (…)”
Locke (2014: 42, pos. 630-633).
Como resultado de estas observaciones, todo el edificio crítico conservador respecto del liberalismo se cae a pedazos: el liberalismo no instituye una libertad por sobre las reglas, ni tampoco pretende separar al individuo de la sociedad. El vivir bajo una sola y misma regla es lo fundamental del liberalismo, una norma que proteja lo más valioso del hombre, según la ley natural y divina: su vida, libertad y propiedad.
En ello consiste el bien público.
Con todo, todavía falta reflexionar acerca de las aseveraciones que Locke hace acerca de la familia. Para profundizar, ahondaremos en uno de los elementos claves de la preeminencia social, el matrimonio, base de la vida familiar. Podría pensarse, guiados por las críticas conservadoras, que los liberales no tienden a proteger dicha institución social. No obstante, aquello, hemos visto que el resguardo de la libertad, vida y propiedad está en directa relación con una constatación fundamental: la importancia de lo social para el individuo.
Por lo mismo, el matrimonio es una figura también importante del edificio liberal, al menos en su versión clásica original. El filósofo liberal inglés partiría definiendo sus fines y principios:
“La sociedad conyugal se forma mediante un contrato voluntario entre un hombre y una mujer. Y aunque consiste principalmente en una unión mutua y en el derecho a hacer uso del cuerpo del cónyuge para alcanzar el fin primario del matrimonio, que es la procreación, también lleva consigo una ayuda y asistencia mutuas, y también una comunión de intereses, no solo necesaria para unir su cuidado y afecto, sino también para la buena crianza de sus retoños, los cuales tienen el derecho de ser alimentados y mantenidos por los padres hasta que sean capaces de valerse por sí mismos”
Locke (2014: 80, pos. 1215-1218).
Tal como establece nuestro Código Civil chileno en su artículo 102°[18], el matrimonio es un convenio entre hombre y mujer, con el fin de la procreación, aunque comporta obligaciones mutuamente reconocidas de ayuda y asistencia, cuidados y afectos. Es una definición con la que hasta el más talibán de los conservadores estaría de acuerdo. Además, estará guiado por un poder distinto del civil, ajeno a cuestiones políticas, cual es el poder paternal:
“(…) estos dos poderes, el político y el paternal, están perfectamente separados y son tan diferentes entre sí que cada súbdito que es padre tiene tanto poder sobre sus propios hijos como el príncipe sobre los suyos; y que todo príncipe que tenga padres les deberá la misma obligación filial y la misma obediencia que el más humilde súbdito debe a los suyos”
Locke (2014: 74, pos. 1122-1123).
La cita es ilustrativa.
Las lógicas de ambos poderes son tan lejanas, al punto que el poder paternal, en realidad, está por sobre el poder político. Esto quiere decir que las prerrogativas de ambos poderes son diferentes y se aplican en ámbitos perfectamente separados: la familia se ajusta al poder paternal y no al civil, por lo que, sobre problemas de carácter familiar, no tiene nada qué decir o argumentar el Estado al respecto.
Todavía más, incluso los reyes, de ser todavía hijos de alguien, deben seguir las reglas del poder paternal y obedecer, en lo que cabe, a sus padres. Esto descarta, por cierto, las pretensiones conservadoras de que el liberalismo pondría a los hijos contra sus padres, creyendo a los infantes autorizados a tratar con sus progenitores en condición de igualdad, llevando las lógicas liberales hasta el seno del hogar.
Es lo que denunciaría en su momento Ortega y Gasset como un ejercicio de “hiperdemocracia”: llevar las lógicas de la igualdad liberal y democrática a todos los ámbitos de la vida social[19]. En contraste, el liberalismo clásico y originario, de la mano de Locke, dirá:
“Formar la mente y gobernar las acciones de quienes todavía son menores de edad e ignorantes hasta que la razón se desarrolle en ellos y los ayude a salir de esa dificultad es lo que los niños necesitan y lo que sus padres están obligados a procurarles”.
Locke (2014: 64, pos. 975-976).
Por todo esto es que, nuevamente, nuestro derecho civil establece la incapacidad relativa de los niños o impúberes, a lo cual se suman los lunáticos o idiotas, quienes “(…) nunca están libres del gobierno de sus padres” (Locke, 2014: 66, pos. 998-999)[20]. Todavía más, un liberal clásico, por definición, tiene que estar en contra de la “crianza responsable”, ese nuevo fenómeno parental que fomenta, en contrario, la irresponsabilidad de los progenitores, quienes prefieren desistir de ser padres y asumir, más bien, un rol de amigos de sus hijos, dejándoles libres de decidir qué hacer, tomándoles como un par con quien se puede dialogar y razonar.
En cambio, el filósofo inglés argumentaría que los niños deben ser “(…) gobernado[s] por el entendimiento del padre hasta que alcanza a poseer la capacidad de entender por sí mismo” (Locke, 2014: 67, pos. 1016-1018). Incluso, ahondará en que todo estriba en su capacidad de hacer ejercicio de la razón:
“Dejarlo a rienda suelta, sin cortapisa alguna a su libertad, antes de que posea esa razón que puede guiarlo, no es concederle su privilegio natural de ser libre, sino arrojarlo entre las bestias y abandonarlo a un estado tan miserable y tan inferior al hombre como el de aquellas”
Locke (2014: 69, pos. 1049-1049).
Esta postura, entonces, no solo contrasta con las nuevas formas de crianza al uso en nuestra época posmoderna, sino con aquellas rousseaunianas que tanto daño le han hecho a la educación[21]. Los niños, nos dirá Locke: “(…) no nacen en (…) estado de igualdad, si bien a él están destinados” (Locke, 2014: 62, pos. 947-949) y, por lo mismo, el liberalismo clásico jamás apostaría por llevar sus lógicas propiamente políticas a la familia.
De ahí que, a despecho del pensamiento conservador, las diversas jerarquías sociales establecidas son perfectamente compatibles con los postulados liberales de igualdad política y reconocibles por su ideario.
Justamente, una de las críticas más caras al liberalismo ha sido la acusación de ir en desmedro de los órdenes sociales y sus estructuras jerárquicas, tales como aquellas que le dan sentido a la familia, contaminándolas, supuestamente, con sus ansias de libertad e igualdad. Por supuesto, nada más alejado de la verdad:
“Aunque ya he dicho (…) que «todos los hombres son iguales por naturaleza», no quiero que se me entienda que estoy refiriéndome a toda clase de igualdad. La edad o la virtud pueden dar a los hombres justa precedencia; la excelencia de facultades y de méritos puede situar a otros por encima del nivel común; el nacimiento puede obligar a algunos, y los compromisos y el beneficio recibido puede obligar a otros a respetar a aquellos a quienes la naturaleza o la gratitud o cualquier otro signo de respetabilidad hace que se le deba sumisión; y, sin embargo, todo esto es compatible con la igualdad de la que participan todos los hombres en lo que respecta a la jurisdicción o dominio de uno sobre otro (…)”
Locke (2014: 61, pos. 930-932).
En definitiva, creo que queda suficientemente ilustrado mi punto. Difícilmente, tras haber leído las posturas del filósofo inglés, se puede seguir pensando que el liberalismo promueve lógicas que atenten contra la constitución familiar.
El discurso liberal es uno de carácter ético y político, pero que reconoce las estructuras que forman la base social en la cual se sustenta. Extraño al ideario liberal es el destruir el orden natural de las cosas. Por eso, caen en un error las críticas conservadoras, pero también el liberalismo igualitario propio de nuestra época que, de liberal, en realidad, no tiene nada.
La familia, pilar de la sociedad, también es cimento del liberalismo, pues los individuos no viven aislados de su contexto comunitario, son el fruto de su interacción con su medio social, cuyo baluarte primero es, precisamente, lo familiar, del cual aprenderemos a ejercer la verdadera libertad. En tiempos de incertidumbre y crisis moral propiciadas por individuos posmodernos deslavados y faltos de compromiso ético, bien vale recordarlo.
Bibliografía:
- ÁLVAREZ, Í (2013) “Acerca de algunas ideas utilitaristas de Andrés Bello”, en Andrés Bello. Filosofía pública y política de la letra. Editorial FCE.
- AMPUERO, R. (2024) Nunca volveré a Berlín. Editorial Sudamericana.
- BRAVO, B. (2010) Grandes visiones de la historia. Editorial Universitaria.
- DEMIAN, J.C. (2019) “El origen de una nueva derecha” en Nueva derecha: Una alternativa en curso. Land Growers Chile Inversiones Spa – Centro De Estudios Libertarios.
- LAJE, A. (2022) La Batalla Cultural: Reflexiones Críticas Para una Nueva Derecha. HarperCollins México.
- LOCKE, J. (2014) Segundo Tratado del Gobierno Civil. Alianza Editorial.
- MARIANA, J. (2020) Del rey y de la institución de la dignidad real. Editorial Maxtor.
- MILLAS, J. (2012) Filosofía del derecho. Editorial UDP.
- ORTEGA Y GASSET, J (1960) Las Atlántidas y Del Imperio romano. Revista de Occidente.
- ORTEGA Y GASSET, J. (2020) La Rebelión de las masas. Espasa-Calpe.
- PLATÓN (2003) “Protágoras” en Diálogos, Volumen I. Editorial Gredos.
- RIVERA, J. (2025) Manifiesto Arqueofuturista, Ser y Sociedad/GOTT Producciones.
- ROUSSEAU, J. (2011) Emilio o De la educación. Alianza editorial.
- SCRUTON, R. (2018) Conservadurismo. El Buey mudo.
- TAPIA, W. (2021) Girar a la derecha. Editorial Entre Zorros & Erizos.
- TAPIA, W. (2023) “Andrés Bello y la defensa de una verdadera libertad”, en Perfiles de derecha, Legado Ediciones.
William Tapia Chacana, filósofo, profesor y politólogo
[1] DEMIAN (2019).
[2] Un relato íntimo del proceso, aunque todavía dentro del mundo de la ficción literaria, puede verse en AMPUERO (2024).
[3] La aparición de la izquierda marxista durante el siglo XX empujó a este proceso de unificación. En Chile fue más notorio por el componente de clase que acompañó a ambos durante el siglo XIX. Dicho elemento le sirve de contexto a Alberto Blest Gana para contar su historia en Martín Rivas (1862), por ejemplo.
[4] Hoy en día podemos ver sutiles diferencias en las propuestas, desde conceptos como “Girar a la derecha”, propuesta por vuestro servidor (2021); pasando por la “Nueva derecha” dada a conocer por varios intelectuales chilenos y argentinos como LAJE (2022); hasta la exoderecha, concepto acuñado por el filósofo francés Guillaume Faye cuya impronta busca reivindicar un orden premoderno, ajeno a las diatribas de las derechas e izquierdas post Revolución francesa, tal como también plantea RIVERA (2025).
[5] El liberalismo ha perdido presencia y peso académico en el sector. El resurgimiento de la derecha en el último tiempo, huelga decir, viene de la mano de la obra del filósofo conservador inglés Roger Scruton y del psicólogo canadiense Jordan Peterson, quien también se ha reconocido de tendencias conservadoras. Puede verse a ambos en una profunda discusión sobre la trascendencia y otros temas en https://youtu.be/XvbtKAYdcZY?si=rCF6aqPJYdr8dmhX
[6] SCRUTON (2018).
[7] Otro que acusaría precisamente lo mismo, aunque no como ataque directo al liberalismo, sino a la modernidad de la cual es “hija”, sería el filósofo y escritor español Miguel de Unamuno. Tanto su Sentimiento trágico de la vida (1912) y La agonía del cristianismo (1925) versan sobre aquello.
[8] Este es el verdadero sentido de la libertad. A ello aludí en mi análisis de Andrés Bello en TAPIA (2023).
[9] ORTEGA Y GASSET (1960).
[10] Es distinto criticar lo que se plantea de manera teórica por el liberalismo a lo que son las consecuencias efectivas de sus directrices. A ello aludí en mi prólogo a la tercera edición del libro Guerra Ideológica (2023) del escritor chileno Jorge Sánchez.
[11] Cuestión disputada por mí al aseverar que Francisco de Vitoria, teólogo español representante de la Escolástica tardía, sería el verdadero padre del liberalismo. Véase https://profesortapiachacana.substack.com/p/el-verdadero-padre-del-liberalismo
[12] Véase la conferencia de Miklos Lukacs titulada “Conservadurismo versus Liberalismo” donde ocurre precisamente lo que denuncio: https://www.youtube.com/watch?v=KMHvdOTvr0g
[13] El recurso no es nuevo. Ya lo habían utilizado diversos autores con connotaciones políticas. Véase, por ejemplo, MARIANA (2020).
[14] Véase PLATÓN (2003).
[15] La disyuntiva se relaciona con los alcances de la especulación filosófica moderna en las trayectorias históricas tanto hacia el pasado como hacia el futuro. Véase BRAVO (2010).
[16] Todas las citas serán extraídas de LOCKE (2014) (Versión Kindle). Disponible en https://ww3.lectulandia.com/book/segundo-tratado-sobre-el-gobierno-civil/
[17] Para profundizar sobre el debate entre iusnaturalismo y positivismo jurídico, puede consultarse MILLAS (2012).
[18] Es interesante hacerse la pregunta de cuánta influencia pudo haber recibido Andrés Bello, autor de nuestro Código Civil, de la filosofía lockeana. Hasta ahora siempre se habla más bien de las lógicas utilitaristas en su pensamiento. Sobre esto último, consúltese ÁLVAREZ (2013).
[19] Consúltese ORTEGA Y GASSET (2020).
[20] El código refiere en su artículo 1447° inciso 1°: “Son absolutamente incapaces los dementes, los impúberes y los sordos o sordomudos que no pueden darse a entender claramente. Sus actos no producen ni aun obligaciones naturales, y no admiten caución”.
[21] Véase ROUSSEAU (2011).