Y llegó el día en el que el riesgo
de permanecer encerrado
en un botón era más doloroso
que el riesgo de comenzar a florecer.
ANAÍS NIN
Una fría y nevada mañana de invierno, hace dos mil años, el filósofo Lao-Tsé se paseaba por el bosque. De repente, lo sorprendieron intensos ruidos crepitantes a su alrededor. Al levantar la vista, observó la pesada nieve que se había acomodado sobre las fuertes y robustas ramas de los árboles. Al principio, sin ceder a ella, las ramas resistieron el peso creciente, pero al final se rompieron. Pronto, Lao-Tsé notó que las ramas menores, más flexibles, se doblaban bajo el peso de la nieve, permitiéndole deslizarse hacia abajo, y luego regresaban a su posición original. Decidió, entonces, que era mejor flexionarse con el cambio, que oponerse a él.
¿Por qué crecer? Porque resistir al cambio hace daño a nuestro propio ser. Porque, como escribió el famoso psicólogo Abraham Maslow: “Nuestras capacidades están clamando ser utilizadas, y no cesan de clamar sino cuando se las usan bien. Es decir, nuestras capacidades son también necesidades”.
Lo que más importa no es tanto dónde estamos, sino la dirección en la que nos movemos. Piense ene esto en un momento: todo está cambiando continuamente. Las montañas se desgastan, los continentes se alejan uno del otro, las generaciones vienen y van. Usted está vivo porque en este momento, en todo su cuerpo, las células viejas están muriendo y otras las reemplazan. Dentro de siete años, cada molécula de su cuerpo habrá sido reemplazada. Así pues, nuestra mente y nuestro cuerpo se hallan en continuo estado de flujo: no podemos permanecer exactamente como estamos.
Lo hacemos mejor cuando asumimos el cambio y lo sumamos al flujo de la vida. Como escribió Heráclito: “Todas las cosas se mueven y nada permanece quieto… Usted no puede poner dos veces los pies en el mismo arroyo”.
Decidir crecer puede parecer una opción evidente, pero no para todos es fácil. Es probable que usted conozca personas que están aprendiendo sin cesar.: son individuos vitales, entusiastas, interesados e interesantes. Pero es probable que también conozca personas que parecen temerosas de cambiar, que con firme resolución se aferran a sus viejas formas de pensar y de actuar, porque eso les parecía más seguro. Estos individuos protestan: “No, no quiero cambiar. Quiero quedarme como estoy”. Pero, permanecer igual en un mundo siempre cambiante, ¿no equivalente a ir retrocediendo, a quedarse atrás?
Decidir mantenerse igual limita a la persona a una senda estrecha por la que se arrastra hacia atrás y hacia adelante, día tras día. Gradualmente, la senda se erosiona cada vez a mayor profundidad y acaba por convertirse en una rutina tan honda, que la persona no puede ya ver fuera de ella. En esa forma, pierde contacto con el mundo.
En cambio, crecer es como escalar una montaña. Al ir recorriendo un sendero en medio de la espesura del bosque, allá abajo, usted no ve más que sus alrededores más inmediatos: la senda y los árboles que la flanquean, quizá una pequeña corriente en cierto punto, una cascada en otro. Pero al ascender un poco más, la arboleda se despeja y ofrece nuevas perspectivas cuando usted contempla el valle desde lo alto. Al seguir subiendo, su vista se amplía hasta un panorama de 180 grados de colinas circundantes, un valle y, en la distancia, montañas. Solo cuando usted llega a la cima de la montaña, por arriba de los árboles, es cuando puede ver todo el paisaje, desde desiertos en una dirección, hasta montañas en otra y el mar en una más.
Solo cuando usted logra discernir las relaciones que se establecen, es cuando el arroyo se vuelve la fuente de la cascada, y la montaña marca el alto a la lluvia, y explica por qué usted ve verdes bosques de un lado y desiertos del otro.
A medida que crecemos, progresamos de un razonamiento más simple a otro más complejo. En un nivel de menor madurez, vemos las cosas aisladas: unos cuantos árboles aquí, un arroyo más allá. Pero al ascender a una madurez más plena, nos hacemos más capaces de ver el cuadro completo y de entender interrelaciones complejas, que es la base de un razonamiento maduro.
Muchos deciden no escalar hasta la cima de la montaña, porque el recorrido exige energía, implica riesgos e incomodidades. Pero bien vale la pena el esfuerzo, porque cada nuevo paisaje nos produce júbilo, comprensión y sabiduría.
No hay un pináculo en nuestra jornada de llegar a ser. Siempre hay más que aprender; uno puede crecer mientras viva, descubrir el genio, el poder y la magia que hay en uno mismo. Porque el crecimiento no es un destino fijo sino una jornada de viaje. Me encanta el modo como Kahlil Gibran lo expresa: “El alma de desenvuelve como una flor de loto de incontables pétalos”.
La investigación nos enseña que los adultos que deciden crecer:
- se mantienen más vitales, dinámicos y plenos participantes en la vida,
- se vuelven más interesados e interesantes,
- disfrutan de mayor salud física y mental,
- le sacan más “jugo” a las cosas,
- son más creativos,
- tienen relaciones más vitales y satisfactorias,
- como los niños, aprecian las cosas sencillas de la vida con asombro, placer admiración y éxtasis, por muy rancias que se hayan vuelto para otra clase de gente.
¿Cómo empezar? Usted no necesita más que dar el primer paso, y luego sucede algo curioso: una cosa pequeña es detonadora de otras, porque el cambio crea su propio impulso. Una vez que usted se comprometa a crecer y adopte siquiera una de estas ideas, va a descubrir que crecer es tan excitante que se vuelve adictivo.
Ninguno de nosotros ha llegado
a su término. Todos tenemos algún
sitio sin desarrollar, con potencial
de crecimiento. Una de las cosas
más devastadoras y perjudiciales
que pueden suceder a cualquiera
es no alcanzar su potencial completo.
Cuando esto ocurre, se posesiona
de uno una especie de punzante
vacío, anhelo, frustración y enojo.
E.T. Hall, Antropólogo
seryhumano.com / Dottie Billington