Una disertación sobre la delgada línea entre la ficción y la «realidad«
La ficción es una parte importante de nuestra sociedad, de hecho, toda nuestra cosmogonía, creencias y hasta forma de entretenimiento está constituida por una maraña de ficciones tan densa que es complicado diferenciar realidad de ficción, sobre todo cuando nos asomamos al abismo que supone la parte espiritual. En otro orden, también la ficción invade nuestra realidad desde la política, por ejemplo, donde la mayoría de las decisiones parten del ejercicio imaginativo que supone prever la reacción que resultará cuando se toma determinada decisión, a pesar de que los expertos ciertamente trabajan bajo supuestos altamente factibles, no deja de ser imaginación la que se ocupa de crear los supuestos escenarios sobre los cuales se trabaja.
La religión es otro aparte, digamos que para nosotros los occidentales medianamente educados, tenemos como costumbre creer que poseemos mentalidad científica, que en teoría solo aceptamos los hechos si estos son validados por alguna voz experta que se supone está respaldada por toda una carrera académica que, (en teoría) evita todo atisbo de falsedad pues, (suponemos) que nadie en su sano juicio se expondrá al escarnio público al asegurar algún asunto no comprobable por el método científico, sin embargo en todo el mundo occidental hay cientos de sectas religiosas que alaban unas deidades cuyos poderes van más allá de la imaginación que según sus libros sagrados, realizan portentos complicados de creer por nuestro raciocinio contemporáneo. Si aplicamos las normas científicas que nos inculcan desde la escuela (para no meternos en profundidades filosóficas ni psicológicas) cualquier libro sagrado podría fácilmente ser un compendio de delirios esquizoides, sin embargo, hay millones que creen a pies juntillas en esa “realidad” espiritual que nadie ha podido comprobar de ningún modo, por tanto y hasta que se pueda saber con exactitud cuál de los miles de cielos que existen según cada religión, por tanto, estamos en presencia de una apropiación ficcional masiva desde tiempos inmemoriales, que una inmensa mayoría asume como verdad, tanto así que tienen milenios matándose por defender una cosa que bien podría ser el embaucamiento más grande del universo.
Tomando en cuenta esos paradigmas, vamos analizar muy por encima, otros fenómenos que de tan comunes nadie parece ponerles abundante atención, por ejemplo, pudiéramos ver los fanatismos irracionales de muchos con ciertas películas, ellas se hablan de sus personajes como si fuesen seres reales y no inventos de un guionista que un actor interpreta, de hecho esa industria mueve millones gracias a las masas que pretenden sentirse por momentos como sus personajes favoritos y coleccionan toda clase de cosas, llegando incluso en algunos casos a disfrazarse como sus héroes de celuloide. Sin embargo, aun escucho por ahí que “la realidad supera a la ficción”, el asunto se pone peor cuando los que usan ese tipo de exclamaciones pronuncian la frase como si descubrieran el agua tibia, con un aire de suficiencia que en lo particular me hastía, eso por supuesto no granjea simpatías pues el común asume la ficción cinematográfica como si de una religión se tratase, pero cada quien con su tema.
Ahora quienes escriben ficción tienen un reto que la realidad ignora por completo, cuando se construye alguna obra se deben cuidar cientos de detalles, no existe ninguna manera de que la ficción pueda presentarse sin que exista una serie de condiciones para que le den verosimilitud, si Superman no hubiese nacido en Kripton no tendría superpoderes; el Hombre Araña tenía que ser mordido por un arácnido radioactivo para ser quien es; Hércules necesariamente tenía que ser semidios pues de otra, difícilmente tuviese su gran fuerza y así la lista sigue. Hay toda una historia que avala y explica con cierta lógica el origen de los héroes, aun así, la realidad jamás necesita de esas delicadezas, ella existe nada más.
La realidad es menos amable pues se muestra descarnada siempre, tengo la impresión de que estamos tan absortos en las miles historias de ficciones que componen nuestro sistema de vida que, cuando nos topamos con alguna de las formas de realidad más crudas, lo que sorprende es la ausencia de explicaciones, no su existencia misma. Siempre es más sencillo creer que la maldad es solo parte de una película de horror y no la cotidianidad de muchos. Un habitante promedio de Venezuela o de la frontera norte de México sabe que es muy factible que le suceda cualquier historia tipo Saw; por el contrario, para un habitante promedio de cualquier ciudad canadiense el relato de la cotidianidad de uno de esos personaje de las ciudades de aquellos sitios del tercer mundo donde cualquier cosa pasa, le parece una historia cuya veracidad es complicada de elaborar pues entre sus esquemas mentales jamás está pensar que las balas, los puñales, la sangre, el hambre y la ilógica lógica de aquellos sitios pueda suceder en verdad, su visión del mundo es lo más parecido al cielo si lo comparamos con Venezuela, México, Guatemala, El Salvador, que siendo escenarios de las más variadas abyecciones humanas se quedan en pañales frente a los absurdos de la violencia en sitios como Siria.
Si hablamos de la ciencia, que supone estar sujeta a los designios de toda una gama de leyes físicas, químicas, matemáticas, cronológicas, donde en teoría, la imaginación no debería intervenir y mucho menos las fantasía, porque según la norma popular la inventiva científica nace exclusivamente de hechos. Esa pretensión ya Einstein la combatía al decir que era más importante la imaginación que el conocimiento, que vista desde la plana interpretación de la academia retrograda suena como una herejía, sin embargo, a la vista de lo que alegan los científicos de esta contemporaneidad sobre comunicada, gracias al internet y la televisión donde hay más de un genio convertido en estrella de los medios, y que sin pudor han desnudado sus procesos mentales confesando que muchas de sus ideas de investigación nacen de las fantasías vistas en el cine, la televisión y los libros de su infancia, aunque no se pierde nada del rigor científico, esas confesiones demuestran la intromisión de la ficción dentro de situaciones tan teóricamente terrenales que se ha ocupado de transformar nuestra cotidianidad en parte de las miles de historias de ciencia ficción que inundaron la imaginación de millones de incipientes científicos.
Si lo vemos desde una perspectiva cotidiana, la ficción es algo tan profundo de nuestra realidad, que funciona, al final, como un filtro que determina la manera en que percibimos el mundo. Sin darse cuenta, la humanidad ha incorporado dentro de la psique del inconsciente colectivo las “certezas” de la ficción para terminar sorprendido cuando la “realidad real” (Don Mario Vargas Llosa dixit), nos afecta hasta hacernos llegar a esa tan manida conclusión de que “la realidad supera la ficción” cuando en honor a la verdad, la ficción no es más que una forma de suavizar la árida e ilógica realidad que nos atenaza y así poder escapar con cierto éxito de una vida sin el aliviadero de la fantasía.
seryhumano.com / Profesor José Ramón Briceño