Fotografía del Ser
Bahía de Cumaná, Sucre, Venezuela. (2010) Cortesía: José Briceño

Seguramente varios de mis exalumnos me odian, no puedo entender a alguien que quiera aprender algo, pero no le dedique cuando menos medio día a la práctica y al estudio, que no investigue, que no pregunte más que bobadas y que de paso se crea la gran cosa porque, usa los filtros de los procesadores de fotografías que tienen algunos modelos de teléfono móvil.

 La fotografía, desnuda, y sin los adminículos tecnológicos sigue siendo la misma cosa desde el siglo XIX, una caja oscura con un agujero por donde entra la luz y una superficie fotosensible que la capta. Así tengas un equipo de cien mil dólares, con ópticas de cristal lunar y unos aparatos de iluminación ultramodernos, que se manejan por computador cuántico, si tú cerebro no te da para más, tus fotos jamás serán si no otras más de los millones de malas imágenes que navegan en las redes.

Lo usual es que luego de cada vuelta por las redes sociales termine ofendido, pues veo con espanto, como muchos jóvenes y otros no tanto, se ufanan con bodrios espantosos a los que tienen el descaro de decirles fotografías, cuando la verdad no pasan de imágenes, tengamos en cuenta que, sin sentimiento ni pensamiento, no hay fotografía posible.

Tengo la impresión de que muy poca gente se detiene a meditar una imagen antes de disparar el obturador, todos al parecer piensan en “sorprender” a otros, cuando la realidad de la mirada es que debe sorprenderlo a uno. Toca tomarse el tiempo necesario frente al visor, analizar la luz, saber dónde medirla y disparar varias fotografías con diferentes exposiciones y encuadres, al principio es complicado, pero con la práctica se logra. Para eso toca leer, escuchar, hablar, mirar, investigar y mucho practicar; cuando se miran muchas fotos, se analiza lo que se mira y hasta se escucha el pensamiento. Las imágenes comienzan a ser otra cosa, no una reproducción de los que miramos, aun cuando así sea, toca buscar un elemento que la distinga, cuando se alcanza algo parecido a la originalidad es porque ya podemos sentirnos cómodos desnudos en la obra. Somos individuos y como tales somos diferentes, esa diferencia se nota en la imagen.

Al final, los nuevos fotógrafos deben estar claros en algo que los viejos ya sabemos. Estos tiempos necesitan que todos entiendan, de que va el asunto este de la creación, que se tomen el tiempo de pensar su imagen, que su proceso intelectual pese cada día más sobre su obra, que miren la obra de otros, que sepan que lo realmente valioso es el cerebro, no la cámara, esas las hacen en serie.

Playa de Los pescadores. Punta del Diablo, Uruguay (2017). Cortesía: José Briceño

seryhumano.com / José Ramón Briceño Diwan*

*Ganador de varios galardones nacionales y regionales. Exprofesor de fotografía de la Universidad de Carabobo y Universidad Bicentenaria de Aragua. Actualmente dedicado al ejercicio frelance.

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