Seres que opinan

por José Ramón Briceño

Pensar en que puede darse una invasión militar en toda regla, con bombas, disparos, soldados, toques de queda, combates en las calles, desolación , miedo, hambre, enfermedad y muerte, causa un pánico absoluto, sin embargo, cuando pasa el primer instante del impacto imaginativo debido al pensamiento y veo a mi alrededor, caigo en cuenta que en realidad tampoco sería muy distinto a esto que vivimos actualmente, si lo ponemos en perspectiva ese es el pan nuestro de cada día en la mayoría de los hogares de Venezuela, si no me creen pregunten al primer venezolano que se tropiecen si este sabe la diferencia de sonido entre un disparo y la explosión de algún fuego artificial, además, seguro puede saber el calibre del arma que se está disparando. Pregunten, además, cuántos de ellos han sido atracados con un arma de fuego, seguro el venezolano que entrevisten les contaran algunas otras historias que se suponen imposibles en países “normales”.

Como si esto fuese poco, dependiendo de qué zona sea ese venezolano que usted entreviste las historias serán más o menos truculentas, sin embargo, le puedo asegurar que son ciertas. En este país (creo) es el único donde un vicepresidente es acusado de narcotráfico y no hay ni siquiera el amago de una investigación, de hecho, lo del narco generalizado y apoyado por el poder es tan cierto que, existen pueblos de costa donde la electricidad se corta para que salgan  embarcaciones con contrabando de drogas desde sus playas y de paso, estas operaciones son supervisadas por la guardia nacional y/o la policía local , son de esas cosas que todos saben, pero pocos hablan, porque ahí se les va la vida. Personalmente he visto como por fronteras cerradas pasan caravanas de camiones, previo pago al comandante del puesto y, en ese caso eran cosas legales, pero a la luz de los acontecimientos nada tendría de raro que fuesen en algún momento toneladas de cualquier cosa imaginable, donde te da pánico que te detengan en un retén de la policía, pues fácil puedes ser atracado por los agentes sin que nadie te defienda y, si te resistes en el mejor de los casos, terminas preso cuando no desaparecido sin que existan culpables.

En Venezuela es normal que la gente utilice medicinas de uso veterinario pues son más económicas, que te mueras si te vas a un hospital donde no hay electricidad ni insumos para nada, donde ciertamente es gratis la atención médica, pero nada más hay. Los seguros de vida no existen, las clínicas cobran en moneda dura a las que solo tienen acceso los privilegiados, donde la mayoría de la gente depende de una dotación de alimentos basada en harinas para sobrevivir pues, su sueldo es menos de lo que gana un mendigo colombiano en un mal día de pedir. Este panorama espantoso hace que Haití parezca una potencia económica al lado de Venezuela.

Si hablamos de extranjeros al frente de instituciones es fácil llegar a cualquier ambulatorio de barrio que esté dirigido por cubanos, quienes por cierto, le cuestan al país cuatro mil dólares mensuales (por cada uno), mientras que los especialistas nacionales ganan menos de 10 dólares al mes. Un país donde todo está a la venta y obtener un documento personal bien te puede costar el equivalente a unos cien años de trabajo (sueldo profesional que si es básico pues se multiplica por dos); un pasaporte, por ejemplo, va desde los 300$ hasta los 2500 si lo quieres el mismo día. Si usas los canales regulares y los precios legales es factible que la vida se te vaya esperando que el organismo lo entregue.

En resumen, la verdad es que vivimos en una guerra sin frentes donde la indefensión civil está a la orden del día, si hacen una invasión, el asunto sería igual, solo que menos tiempo. Hace tanto rato que soy miserable que si me toca unos días   bajo la promesa de pronto reinicio, bien podría pasar hambre un poco más, mientras que con este sistema de gobierno nada me asegura que voy a mejorar, todo lo contrario, pasan los años y las necesidades se agudizan. Tengo la certeza de que en algún momento ya la vida va a valer menos, que morir no será un castigo sino todo lo contrario.

Si invadieran seguro que la única diferencia sería el ruido, porque la guerra ya la sufrimos, sin embargo, cuando menos la promesa de vivir mejor. será al menos una posibilidad y no esta eterna tragedia continuada.

seryhumano.com / José Ramón Briceño*

* Autor del libro “Relatos de un balsero de asfalto

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