Por Andrés Landaeta
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La tolerancia solo es posible en una sociedad basada en el respeto al prójimo. Esta actitud no se logra por decreto, nace y se fomenta cuando sabemos ver a los demás como personas valiosas en sí mismas.
Tolerar es sufrir y llevar con paciencia; permitir algo lícito, pero sin aprobarlo expresamente.
Se ha dado casi un salto mortal, para bien o para mal, en el tema de la tolerancia. Mi impresión, y coincido con entendidos en la materia, es que hoy en día se está dando una excesiva tolerancia, a niveles incluso de la ley y la justicia, en cuestiones que afectan a la persona humana, que pueden encontrarse con una serie de derechos fundamentales conciliados e incluso legalizados sin posibilidad de réplica desde el derecho a la vida y a la integridad física, el derecho a la propiedad y el trabajo, el derecho a la familia y a la procreación responsable, el derecho a la participación en la vida pública y política, el derecho a la libertad de conciencia y de profesión de fe religiosa.
Junto a ello, el fanatismo se ha impuesto de forma «intolerable«. Ha causado muertes y tragedias injustas y sigue haciéndolo en lugares en los que pensar de modo «no oficial» hasta en las cuestiones más opinables es considerado un delito.
Está equiparación, además de apoyar con frecuencia una tolerancia del error más allá de lo que exige el bien común, no llevará a amar la libertad, cuyo recto ejercicio solo es posible gracias a la verdad. Al tolerarlas, tampoco se respetan como se debe las opiniones legítimas, que son un camino hacia la verdad.
Se trata de, conciliar en la práctica, dos elementos importantes: por una parte, evitar que la tolerancia se transforme en una ilícita colaboración en el mal ajeno; por otra, es la prudencia la que llevará a elegir entre las distintas posibilidades prácticas, de modo que se consiga el mayor bien posible o se evite el mayor perjuicio, siempre sin utilizar el mal de un modo activo: el fin nunca justifica los medios.
El ser humano civilizado considera que para convivir en paz y en sociedad, dos de los principales requisitos son el respeto y la tolerancia, pero esta última siempre es cuestión de debate sobre su aplicación.
La RAE dice sobre la palabra TOLERANCIA: “Actitud de la persona que respeta las opiniones, ideas o actitudes de las demás personas, aunque no coincidan con las propias”
Bien, hasta aquí está claro, pero… ¿es todo comportamiento u opinión tolerable?, ¿se puede ser tolerante con el intolerante?
Durante la Segunda Guerra Mundial, el filósofo austríaco Karl Popper escribió su libro «La sociedad abierta y sus enemigos«, donde expuso la “paradoja de la tolerancia”. En su obra arguye que: “la tolerancia ilimitada debe (o puede), conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia”.
“Debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, sino que, por el contrario, comiencen por acusar a todo razonamiento; así, pueden prohibir a sus adeptos, por ejemplo, que prestan oídos a los razonamientos racionales, acusándolos de engañosos, y que les enseñan a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas”. Por lo tanto y en mi opinión, el racismo, la xenofobia, la homofobia, etc., nunca pueden ser toleradas en una sociedad democrática, diversa y plural. Porque al hacerlo la sombra del totalitarismo acecha esperando su oportunidad. Y así, agazapada se lima los colmillos para hincar el diente en las sociedades avanzadas y solidarias.
En conclusión, no deberíamos caer en la contradicción de ser tolerantes con los intolerantes, ya que el buenísmo de creer que todas las opiniones son respetables, puede llevarnos a que las nuestras, basadas en los principios del respeto, la tolerancia y la solidaridad sean engullidas por el monstruo de la intolerancia.
Nunca me había detenido a profundizar en la importancia de este principio ético, y es precisamente por ser una sociedad tan «tolerante» que hoy en Venezuela nos están, literalmente matando. Hemos sido «tolerantes ilimitados«, ahora el totalitarismo ha hundido sus garras en esta sociedad que era tan plural y libre. Y piensan seguirlo haciendo… No solo aquí sino en el resto del mundo.
seryhumano.com / Andrés Landaeta*
* CEO de Consulting Group
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