Iba camino al mercado
con un gallo en cada brazo.
Entre los pechos maduros
le andaba un olor a campo.
Sobre nidales tan dulces
los gallos iban soñando:
plumones de alabastro.
Con lento andar, casi sueño,
la niña va caminando.
Lejanas mugen las vacas
por sus bíblicos establos.
Un alba de leche fría
Junto a las niñas se vuelca,
soñando.
La ruta cambió su polvo
por calles de duro asfalto.
Siente la niña en sus pies
el beso frío y delgado.
Esquinas de cuatro puntas,
en el alba derivando,
dormían en ríos gris
un sueño de viejos barcos.
Sola en la calle la niña
con un gallo en cada brazo,
fríos sus desnudos pies,
caliente el seno y las manos.
De pronto un canto, a lo lejos,
casi el recuerdo de un canto:
un canto que iba pulsando
maravillosos teclados;
que en espacio estallaba
como un cohete de nardos,
y que cada vez más cerca
iba estrechando sus aros
hasta inundar la ciudad,
llameando por los tejados
en banderas alegres
y en espirales gallardos.
El canto llegó a la niña
y el canto llegó a los gallos
que sacudieron las crestas
y el cuello enhiesto enarcaron.
Como una isla de música
la niña entre los dos gallos.
Como una rama llevada
por la corriente del canto
Como un trompo melodioso
que al mundo fuera entregando
pregones de primavera
y amanecer de manzanos.
Y no despertó a los hombres
la niña que entre sus brazos
_gavilla de melodía_
llevaba el alba y los gallos.
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seryhumano.com / Oscar Castro
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