Los sentidos son una parte del sistema nervioso que nos permiten establecer contacto con el mundo exterior. De los cinco sentidos que posee el hombre –oído, vista, olfato, gusto, y tacto – el oído es el más importante por varias razones.
El oído es el primer sentido que se forma en el feto y también el primero que utilizamos. Ya funciona correctamente a partir de las veinte semanas de la gestación. Todos hemos podido oír antes que ver. El primer estímulo que recibe el feto en el seno materno es sonoro, con la respiración y el latido cardíaco de la madre.
El feto puede también oír música; si una pieza musical se repite regularmente en los últimos meses de gestación, la persona puede reconocerla después de nacer.
El filósofo griego Epícteto, decía que el hombre tiene dos oídos y una sola boca, para que pueda oír el doble de los habla. En realidad tenemos dos oídos para poder determinar de dónde procede el sonido.
Aristóteles (384-322 a.C.) decía que el oído es el órgano de la instrucción. La formación de la persona en las aulas, el teatro o la audición de música, se realiza en las salas destinadas a oír y a escuchar, el auditorio.
El oído, además de ser el principal sentido que interviene en la comunicación lingüística, necesaria para relacionarnos con los demás, nos permite apreciar la música.
La pérdida del oído, la sordera, determina un aislamiento del mundo cotidiano mucho mayor que la pérdida de la vista. Este aislamiento produce la desconexión con la lógica de la vida, es el absurdo, palabra de origen árabe que significa <<no ser capaz de oír>>. Los sordos están ausentes, aun estando presentes.
Helen Keller (1880-1968), que era ciega y sorda desde la edad de los 19 meses, le decía a su médico: “La sordera es una desgracia mucho peor que la ceguera, pues significa la pérdida del estímulo más vital, el sonido de la voz, portador del lenguaje, que expresa los pensamientos y nos mantiene en compañía intelectual con las otras personas; la ceguera te impide el contacto con las cosas; la sordera, el contacto con las personas”. Así pues, la sordera le incapacitaba mucho más que la ceguera.
El escritor mexicano Juan Rulfo (1918- 1986), en su obra Pedro Páramo, describe así la sordera que de forma brusca le acaece a uno de sus personajes: “El desventurado día que le sucedió su desgracia, quedó sordo y dejó de hablar. Decía que no tenía sentido ponerse a decir cosas que él no oía, que no le sonaban a nada, a las que no les encontraba ningún sabor. Enmudeció aunque no era mudo”.
Aunque todos los sentidos intervienen en las emociones, el oído es el más importante.
seryhumano.com / J.L. Martí I Vilalta