“Decir “Te Amo”, es una expresión de Dios.” Miguel Ruiz.
Los planes, la rutina, los sueños y ver la vida en plural se habían quedado en una servilleta doblada en la cafetería.
El dolor se montó conmigo en el carro sin pronunciar ninguna palabra.
La mirada hacia el futuro se tornaba borrosa y distante.
Los pulmones se expandían proporcionalmente al kilometraje recorrido por el amor propio.
Mirar por el retrovisor del deseo simplemente estaba prohibido.
La historia había terminado con un sorbo de café.
En el estomago solo una pregunta: ¿Y ahora qué?
Simplemente volver a empezar…
No sé cuantas veces me ha tocado empezar de nuevo o como yo regularmente digo, morir y volver a nacer. Sin nada, desnuda, con lágrimas en los ojos y arrugas en el corazón.
Allí desde el dolor sublime de ser humano, arrancar el carro para rodar por el asfalto negro hacia la reconciliación…
La reconciliación es como el baile.
Recuerdo gratamente la primera vez que bailé. Fue en casa de una tía y de la mano de mi primo. La música, el piso suave, la paciencia con cariño de mi primo que, aunque era una niña me hacía sentir toda una dama.
La reconciliación te eleva a la conciencia más sublime, te conecta con la melodía de tu alma y aclara la perspectiva de tu mente… y de eso se trató todo este proceso. De la reconciliación conmigo misma que me llevó a comprender lo espléndido del adiós, a perdonar la historia, a agradecer los resultados y a bendecir al amor.
Dios te bendiga es una de las frases más usadas en el país donde vivo. Al levantarse los niños. Antes de dormir. Al llegar del colegio. Es el contacto más cercano con nuestros padres. Es un hilo directo a Dios.
Bendecir a otro ser humano es caminar descalzos en las nubes de la fe.
Es una comunicación expresa con el ser supremo para que cuide de esa persona siempre.
Estar consciente de nuestra debilidad humana ante la grandeza y omnipotencia de Dios.
Enviar una estela de protección espiritual en tres palabras que resume la felicidad que podamos estar sintiendo en nuestro corazón para compartirlo con el mundo.
Porque el acto de bendecir a una persona, lugar, experiencia o circunstancia es una invitación que le hacemos a Dios para que tome el control de nuestro espíritu.
Rendirnos ante su mirada reflejada en el otro, tal cual espejo y con compasión en los huesos, respondernos:
Ahora: Yo me bendigo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Y sentir que la música celestial de nuestros ángeles, al igual que nuestra vida, arranca de nuevo….
Dedicado a todos los padres y madres quien gratamente compartieron conmigo la experiencia de bendecir a sus hijos.
seryhumano.com / Morelba del Valle Martínez Inciarte