Vivimos en una sociedad cada vez más hiperconectada en la que, gracias a la tecnología, podemos hacer más y más cosas en cualquier lugar pero, curiosamente, tenemos menos tiempo para hacerlas. “No tengo tiempo” parece haberse convertido en un mantra para muchas personas.
Estamos rodeados de dispositivos que continuamente están haciendo ruiditos por las incesantes notificaciones de WhatsApp, correos electrónicos, avisos de redes sociales y otras aplicaciones. Queremos estar informados de todo y saber qué ocurre inmediatamente y también responder tan rápido como sea posible, casi como si participásemos en un concurso.
Tenemos la sensación de que, sobre todo pensando en el ámbito laboral, responder rápido demuestra dedicación, seriedad, fiabilidad y, en general, que somos buenos profesionales. En parte es cierto (no voy a negar que tener una respuesta a una consulta que envío en un breve plazo me gusta) pero, por otra parte, poco a poco empezamos, incluso inconscientemente, a exigir esa rapidez en las contestaciones y ya no las vemos como algo bueno sino algo normal y, la no-inmediatez como algo malo.
El problema también es que todas estas interrupciones alteran la concentración en la tarea que se realiza, lo que demora su finalización en la mayor parte de los casos. Esto me recuerda una historia:
Hay un cuento oriental que dice que un leñador joven quería el título del mejor cortador de árboles del país, para lo que debía ganar en un concurso al actual campeón, un hombre de avanzada edad y con gran experiencia. Un día por fin se decidió a desafiarlo, confiando en su juventud, energía y músculos. La competición consistía en ver quién talaba más árboles en un cierto plazo temporal.
Ambos leñadores, el joven y el veterano, tras oír la señal de comienzo, sacaron sus hachas y comenzaron a cortar árboles. El aspirante golpeaba con energía su hacha una y otra vez, abatiendo árbol tras árbol. De vez en cuando dirigía una mirada al anciano leñador y, casi siempre, lo encontraba parado y sentado en un tronco. “Está viejo –pensaba para sí mismo- el título de mejor leñador del país es mío”.
Tras algunas horas, volvió a sonar una campana indicando el final de la competición. Llegaba el momento del recuento. El joven leñador, confiando en su victoria, se secaba el sudor emocionado pensando en qué hacer con el título de mejor leñador del país. La fama, el reconocimiento y la fortuna le estaban esperando.
Enorme fue su sorpresa cuando informaron oficialmente que el ganador era el actual campeón por una amplia ventaja. “No puede ser” –pensó y dijo en voz alta el joven- “Yo he visto cómo mientras yo talaba más y más árboles, él –dirigiéndose al veterano leñador- estaba sentado sin hacer nada, descansando”.
-¿Cómo que estaba sin hacer nada? –Respondió suavemente con una sonrisa-. Todas las veces que me veías sentado, era porque estaba afilando el hacha. Como sabrás, con un hacha afilada cuesta muchísimo menos esfuerzo talar un árbol…
¿Cuánto hace que no afilas tu hacha?
seryhumano.com / Christian Delgado von Eitzen
Fuente: christiandve.com