Seguro que has visto muchas películas, series e incluso programas de televisión dónde se usa este aparatito como criterio de validez, detector de la mentira o juez y jurado de la verdad. Pero, ¿realmente nos podemos fiar de la eficacia de este instrumento?, ¿podemos afirmar que lo que estamos detectando son realmente las mentiras del individuo?, ¿podemos sentenciar o culpar a una persona por el resultado de esta prueba?
Sergio García Morilla de www.psicosaludtenerife.com nos invita a ir por partes en este tema.
El polígrafo también llamado detector de mentiras o máquina de la verdad es un instrumento que mide una serie de respuestas fisiológicas (tales como la presión arterial, la frecuencia cardiaca y respiratoria y la conductancia de la piel) que manifiesta una persona ante una serie de preguntas. Cuando te lo cuentan así la mayoría de las personas tienden a presuponer que este aparato se sustenta en la ciencia, ¿no es así?
Pues resulta que no. La poligrafía no se basa en la ciencia, se basa en el engaño de hacer creer a la persona sometida al instrumento que este es preciso y la mar de científico.
Para ello tenemos que analizar los dos supuestos en los que se basa su funcionamiento.
- En primer lugar, el supuesto de reactividad. Cuando una persona se encuentra en una situación donde le están interrogando, podemos presuponer que se encuentra en una situación comprometida. La persona por tanto siente inquietud, nerviosismo o miedo. Es decir, muestra una serie de síntomas clásicos asociados a la respuesta de ansiedad (respuesta de lucha o huida), lo que implica la activación del sistema nervioso simpático, una rama del sistema nervioso autónomo encargada de la activación psicofisiológica en situaciones de alerta o peligro. Hasta aquí esta afirmación no es muy arriesgada, más bien es bastante lógica. Vamos con el segundo supuesto:
- El supuesto de verdad. Este se puede definir como el hecho de que si una persona miente, no puede evitar ponerse nervioso, al menos en algún grado, y por tanto, desencadenará la respuesta anterior que será detectada por el polígrafo. Aquí ya se están columpiando un pelín.
Veamos, cuando analizamos estos dos supuestos surgen algunos “problemillas“. El primero tiene que ver con la supuesta correlación entre las mediciones fisiológicas y el engaño. Lo que parece que está fuera de toda duda es que el instrumento mide una serie de respuestas fisiológicas, generalmente asociadas a la ansiedad, pero surgen una serie de preguntas interesantes como: ¿siempre que una persona está nerviosa es porque miente?, ¿no pueden existir personas que mientan y no se pongan nerviosas?, ¿cuál es la intensidad mínima para considerar que una respuesta es mentira?, ¿a mayor intensidad de respuesta implica una mentira más gorda?, y ¿si la persona cree fervientemente que lo que dice es verdad, como los que afirman haber visto un OVNI o a la Virgen en un claro del monte sentirán ansiedad cuando respondan?… y así un sinfín. Invito al lector a profundizar en ello y cuestionarse la relación que existe entre respuesta fisiológica, mentira, creencias, intención, realidad subjetiva y realidad objetiva, entre otros.
Solo hay que pensar que la “verdad” para una persona es totalmente subjetiva y aquel que cree a pies juntillas en lo que está diciendo no está engañando a nadie, al menos no tiene intención de hacerlo porque cree que lo que dice es cierto, independientemente de lo veraz o no de su información objetiva. Igualmente las personas pueden estar ansiosas porque están mintiendo (o no), pero también pueden sentir ansiedad o activación porque tienen miedo que el examinador crea que mienten, porque la situación es incómoda per se, porque hayan tomado una dosis mayor de cafeína de lo habitual o porque estén cansados.
También puede suceder que la utilización de este tipo de instrumentos de lugar a “falsos negativos” como ocurrió en EEUU en el caso de sujetos con elevado rasgo de psicopatía. La investigación reveló en estos sujetos una ausencia de reactividad ante sus crímenes, por lo que ante el interrogatorio no se ponían nerviosos ni activos y el polígrafo no los detectó. Así fue el caso de Gary Ridgway, el asesino en serie de Green River (Utah, EEUU). La policía le detuvo y le sometió a una prueba de polígrafo en 1984 que superó sin problemas. Le pusieron en libertad sin tener en cuenta los resultados de ADN encontrados en otra escena del crimen, no analizados hasta años más tarde, que lo inculpaban directamente. El polígrafo había permitido que un asesino en serie estuviera en libertad durante al menos 17 años, debido a un resultado incorrecto, un falso positivo por un error de principios y supuestos teóricos. ¿En que se tradujo esto? En 49 mujeres asesinadas.
En resumen, para separar el grano de la paja, existen multitud de estudios que han demostrado que el polígrafo detecta bien las respuestas fisiológicas asociadas a la ansiedad de una persona ante un examen o interrogatorio pero no la falsedad o veracidad de sus afirmaciones. Todas las premisas que sustentan la detección de mentiras se basan en supuestos que no han demostrado su validez tal como advierte la APA que incluso aconseja de manera explícita la no admisión como prueba en un tribunal.
El canal truTV, nos explica en el siguiente video de manera muy cómica todo lo anterior.
seryhumano.com
Sergio García Morilla / Psico·Salud