Desde un misterioso e indefinido inicio hasta un final poco convencional, la Novena de Beethoven es seguramente la más rica y provocadora de sus sinfonías. Sus ramificaciones estéticas provienen en parte de las diferentes interpretaciones del finale, que empieza recreando temas de movimientos anteriores y rechazándolos a continuación a favor de una melodía memorablemente simple que cualquiera puede entonar (¡en una sinfonía!).
Ello hizo que Richard Wagner acabara considerando el drama musical como algo históricamente inevitable, una idea no aceptada por Johannes Brahms, quien adaptó la melodía en un contexto absolutamente instrumental para su Sinfonía n.°1.
La estructura y el significado de la Novena aún son objeto de discusión, no por falta de respuestas, sino porque el hecho de hallarlas seguirá preocupando mientras la visión de la obra de Beethoven y su perpetua relevancia hagan de la Novena el latido fundamental de la cultura musical de Occidente.
La interpretación del coro del Festival de Bayreuth _ por ejemplo_ es impagable por su capacidad para abarcar toda la amplitud de la visión del compositor. La propuesta de Furwängler, desarrollada junto con el teórico Heinrich Schenker, combina la fuerza elemental con una espontaneidad dionisiaca que hacen fluctuar los tempos siguiendo el contorno de la topografía expresiva de la obra.
Desde un punto de vista cosmético, la interpretación es extremadamente turbia, pero la naturaleza indeleble de la idea supera todos los fallos. En un éxtasis igualado, la Novena de Furwängler es al resto de versiones lo que la propia obra al repertorio estándar.
seryhumano.com / David Breckbill