La clave de toda la sabiduría de los Magos parte de los nombres de las estrellas. El nombre en la Biblia define lo más íntimo del ser o el significado de una misión divina y con frecuencia se asigna de modo solemne. Así Yahvé Elohim trajo ante Adán todos cuantos animales del campo y cuantas aves del cielo formó de la tierra, para que viese cómo los llamaría, y fuese el nombre de todos los vivientes el que él les diera. Adán, con la ciencia que tenía antes del pecado original, dio nombre a todos los ganados y a todas las aves del cielo y a todas las bestias del campo. Son frecuentes los pasajes de la Sagrada Escritura que aclaran el significado profundo del nombre de sus protagonistas. El hombre llamó a su mujer «Eva», por ser ella la madre de todos los vivientes. Tu nombre será Abraham, pues padre de muchedumbre de pueblos te he constituido. Le llamó Moisés, diciendo: De las aguas lo he sacado. Una virgen concebirá y tendrá un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa Dios con nosotros. Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Al que venciere le daré (…) una piedrecita blanca, y en ella escrito un nombre nuevo, que nadie conoce sino el que lo recibe.
Por ello, sorprende que los animales individuales no tengan nombre pero que Dios si llama a cada estrella por su nombre. A partir del siglo XIX y XX, los trabajos de Rolleston, Seiss y otros indagaron los nombres que tenían las estrellas en las culturas antiguas y su significado, así como las figuras, significado y orden de las constelaciones. Poco a poco emergió de estos trabajos como el texto de tres grandes libros, compuestos cada uno por cuatro capítulos de cuatro páginas cada uno, en los que se narraba la caída del hombre, la promesa de un Redentor del género humano que nacería de una Virgen, sus sufrimientos, victoria y Reinado final, con multitud de detalles que aquí no hay lugar suficiente para exponer. Este era el libro que meditaban los Magos.
Nadie más que Dios puede ser el autor último de esta revelación. Él la plasmó a través de imágenes para que el hombre, aún desconocedor de la escritura, no olvidara la promesa ni perdiera la esperanza de un Salvador, realizada a las puertas del Paraíso, porque sabía que el Génesis no se escribiría hasta 2.500 años después. Esta Revelación sin duda la conocieron los patriarcas antiguos y pasó con Noé a la época posterior al diluvio.
Cuando los hombres volvieron a multiplicarse, en algunos lugares el diablo tergiversó aquel conocimiento en lo que hoy conocemos como horóscopo, de forma que Dios prohibió utilizar las estrellas como modo de adivinación y estableció entonces la vía escrita de la Revelación.
Pero la historia de los Reyes Magos es prueba de que la revelación divina original también pervivió, y como decía el Salmo 19, el mensaje se transmitió de noche en noche sin necesidad de una voz.
Desde nuestra situación actual en la historia podemos ahora entender que el conocimiento de la doble naturaleza divina y humana que tenían los Reyes Magos sobre aquel Niño procedía de las figuras de Centauro y Sagitario, que muestran esa doble naturaleza en forma de hombre-caballo. Sabían de su concepción y parto virginal a través del significado de las constelaciones de Virgo y Coma. Conocían su lucha y sufrimientos redentores porque están descritos en las constelaciones de Hércules y Ofiuco o en Víctima (Lupus) y la Cruz del Sur (Crux).
Por último, conocían su victoria definitiva por Orión, su resurrección por Perseo y el Águila y su realeza definitiva por Cefeo y Leo. Y estos sólo son unos pocos de los muchos detalles de la historia de la Salvación que Dios escribió en las estrellas.
Una de las propiedades más chocantes de ambas vías de la única Revelación es la inmovilidad de su mensaje. En las estrellas, es evidente que nadie puede cambiar su posición. En el texto original de la Sagrada Escritura, los hebreos siempre tuvieron a gala su conservación sin variaciones, hasta el punto que hoy se ha descubierto la existencia de marcas de agua o de autenticidad, pues cada N letras se forman palabras como Torah o Yahweh que descubrirían enseguida cualquier alteración. Pero entonces, si ambas vías de transmisión son inalterables, ¿cómo se puede dar a conocer mediante ellos un hecho aislado, no recurrente y de calendario inesperado, como serían la primera o segunda venidas del Salvador?
En el caso de las estrellas, los únicos elementos variables luminosos que pueden aparecer sobre el fondo fijo estelar son los planetas, la luna o los cometas. Los dos primeros son los más frecuentes y se mueven en una estrecha franja alrededor de la línea de la eclíptica, en las que están las 12 constelaciones principales del zodiaco y que en tiempo de los Magos no sabían predecir. La trayectoria de los cometas sobre el fondo celeste no tiene área determinada de aparición, pero su aparición es solo una pequeña fracción de las anteriores.
A la hora de determinar cuál fue la señal o estrella que guió a los Magos se han realizado cientos de hipótesis, muchas de ellas imposibles astronómicamente. Una vez analizadas de acuerdo con nueve características que señala el Evangelio de San Mateo, nos inclinamos por escoger como señal la conjunción triple de la estrella Regulus (el pequeño rey) y el planeta Júpiter que ocurrió a lo largo del año 2 antes de JC. Cualquier conjunción planeta-estrella produce un incremento de luminosidad importante para el ojo experto, pero poco resaltable para el inexperto. Esto explicaría el ambiente de indiferencia que encontraron los Magos en Judea. La posición de esta conjunción es acorde con las sucesivas orientaciones en que el fenómeno podría servir de guía al camino de los Magos en Oriente y en Jerusalén.
Por último, el tercer movimiento retrógrado de Júpiter en esta conjunción produce una parada aparente del astro de 6 días, que se sitúa sobre Belén al mirar desde Jerusalén, comenzando el 25 de diciembre. Esta fecha encaja con los últimos datos sobre la muerte de Herodes el año 1 antes de JC y la muerte de JC en abril del año 33 a la edad de 33 años. Asimismo coincide con las fechas que Ana Catalina Emmerick tuvo en 1821 sus visiones sobre el viaje de los Reyes Magos y su llegada al portal.
A partir de esta pauta de hallazgos, se puede establecer una sistemática vigilancia amorosa sobre posibles señales celestiales que apunten a la próxima Venida de Nuestro Señor. El mismo Señor anunció que poco antes de su Venida habría signos en el sol, la luna y las estrellas, lo que se podría considerar como una invitación a comportarnos como los Magos, cuando ya otras señales indiquen la cercanía de su llegada. Como dijimos, en nuestros días los programas informáticos es la herramienta que suple la dificultad de las observaciones directas.
En mi opinión, el plus de iluminación que supone la conjunción planeta-estrella se podría asemejar en la Revelación escrita a la información que aportan las apariciones marianas para desentrañar las profecías de la Sagrada Escritura. En el manto de la Virgen de Guadalupe aparecen 46 estrellas que el Instituto Astronómico de México identificó con la posición de estrellas reales en el cielo de México en el momento de la aparición de 1531. A su vez, la propia imagen de la Virgen en la milagrosa tilma de Guadalupe sigue la descripción que hace el Apocalipsis de una futura gran señal que apareció en el Cielo. ¿Por qué no leer un mensaje en esas 46 estrellas, como lo harían los Magos pensando en la segunda Venida de Nuestro Señor?
Asimismo en Garabandal, la Virgen habló de un próximo gran Milagro, para convertir al mundo entero, que se verá en el cielo en las cercanías de la aldea montañesa. ¿Podría también ese hecho coincidir con el descrito por San Juan en el Apocalipsis como la señal de la Mujer?
No es aquí el lugar para desentrañar toda la profundidad que sugieren las preguntas anteriores y otras muchas semejantes. Espero algún día cercano escribir un libro que facilite en nuestro idioma las bases para todo el que desee trabajar en responderlas. Mientras tanto realizo avances en los sitios de internet que mantengo sobre estos temas.
En cualquier caso todos estos datos y consideraciones llevan a considerar que ambas vías de la única Revelación, la estelar y la escrita, son sin duda complementarias. Y por ello también en nuestro tiempo, como ocurrió en la historia de los Magos al consultar en Jerusalén a los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, sólo cuando se junten ambos conocimientos se podrá conseguir la respuesta que nuestro corazón busca.
seryhumano.com / *Antonio Yagüe
*Dr. en Ciencias Geológicas
Fuente: religionenlibertad.com