
“Lo más que uno puede hacer
es lo mejor que puede lograr,
y lo mejor tiene en sí
su recompensa.”
ANÓNIMO
Algunos de nosotros somos nuestros peores enemigos. ¿Es usted de este grupo? ¿Cómo habla consigo mismo? ¿Es alentador, amable, paciente y compresivo? O más bien, ¿se dice a sí mismo cosas como: “¡Grandísimo tonto, no eres capaz de hacer nada bien!”?
Cuando pregunté a Helen, mi muy vivaz suegra de noventa y dos años su secreto, me contestó: “No critiques a los demás… ni a ti misma. Sí, en especial a ti misma… Estarse censurando es ser como un pájaro carpintero que no deja de picotear un árbol. Llegará un momento en que el árbol acabe por caerse”.
Así como estar siempre menospreciando a un niño socava su autoestima y perjudica su desarrollo, así también, estarse subestimando uno mismo produce el mismo efecto. Uno es humano, sensible y vulnerable, y tiene dudas sobre sus propios alcances. Necesita aliento y retroalimentación positiva, tanto como los niños u otro individuo. Y … si usted mismo no se lo da, ¿quién lo hará?
Por más esfuerzos que hagamos, nunca seremos perfectos. Nadie puede serlo. Y, pensándolo bien, ¿cómo define usted “perfecto”? ¿Quién tiene derecho a decidirlo? Por ejemplo, ¿ha existido alguna vez un padre o madre perfectos? Podemos hacer daño a los hijos con poco o con demasiado amor. Si nos esforzamos mucho por ayudarles a ser independientes, corremos el riesgo de descuidarlos.
Si un hombre es gentil y sensible, corre el riesgo que le pongan el membrete de afeminado. Si una mujer es asertiva, se expone a que la califiquen de “vieja bruja”, o peor aún. Estoy convencida que la búsqueda de la perfección es como un globo: si se oprime, por un lado, se abulta por otro.
Confíe en sí mismo. Usted está haciendo lo mejor de que es capaz, y ése es un modo excelente de vivir.
Haga la prueba con este ejercicio: piense que hablar consigo mismo es una forma de programarse. Traiga a la memoria sus dotes personales, su magia especial, sus habilidades, sus fortalezas y lo amable que es. Y consérvese así: ayúdese a sí mismo a sentirse cálido y bien acogido, tal como es.
Conservo una breve nota en la lámpara de mi escritorio, que dice: “Una vez hecho lo mejor que podamos, debemos esperar en paz el resultado”. Y, si todos mis esfuerzos no logran lo que me propongo, también está bien. En el proceso de batear 718 jonrones, Babe Ruth sufrió 1,330 “fueras”.
seryhumano.com / Dotti Billington