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Andando por los caminos de Venezuela, cuando estos pasan por pueblos o barriadas alejadas de las ciudades, es común leer carteles que rezan frases como “Cristo Viene pronto, arrepiéntete” y cosas por el estilo, que se muestran escritas sobre superficies en la que se cuentan, cortezas de árboles, trozos de latón, tablas mal cortadas, portones y hasta paredes; el diseño y la caligrafía de los avisos denotan la ausencia de ejercicio caligráfico o alguna intención formal de mercadotecnia, si acaso, el aviso va firmado por alguna iglesia evangélica de la zona.
Siempre me llamaron la atención, pues, desde niño sentía que esos avisos abandonados en cualquier parte, eran los restos de alguna esperanza perdida. Ya en la escuela me habían enseñado que a Cristo lo mataron hace más de dos mil años y aún no ha vuelto, lo que suponía un engaño, ahora de adulto, la cosa no ha cambiado mucho, pero ya hasta le tengo un marco teórico que podría defender la idea del abandono a partir de esos avisos evangelizadores que prometen algo, que de seguro no vas a vivir.
Desde hace varios años las redes sociales son un potente difusor de ideas, los que las usamos, terminamos agrupados en grandes tribus conformadas por esos que nos siguen y los que seguimos, estas las he terminado por catalogar como gurúes mayores, medios, menores y domésticos como para poder calificar de manera simple la falibilidad de lo que se dice por ahí.
Cada vez que hay un recrudecimiento de la cosa política y social de Venezuela, ante la ausencia de noticias en los medios de comunicación convencionales de mi país, no queda más que, buscar lo que dicen las redes, hacer el duro ejercicio de leer lo que comparten los usuarios, obviando los muy animosos o fanáticos, los descreídos, esos que son de una parcialidad política desagradable y hasta los que defienden la tolerancia a la barbaridad chavista, como si perdonar fuese obligación; el asunto arduo ese de intentar descubrir por dónde va el asunto local. El ejercicio ha hecho un bien inmenso pues, todo lo pienso como si fuese un novelista. Es que todo es una trama donde lo evidente al final no lo es tanto y, eso que pasa como noticia desarticulada, por el general es el trasfondo que moviliza todo el teórico desenlace.
Mientras hago el ejercicio intelectual de intentar saber por dónde va el asunto, hay dos niveles de pensamiento. Para lo que sucede fronteras adentro, en donde los actores principales provienen del gobierno, lo hago bajo el paradigma de “piensa mal y acertarás”, por lo tanto, siempre parto de la tesis más retorcida y por lo general acierto. En el caso de los organismos internacionales, ahí la cosa es más simple, ellos afuera trabajan bajo un esquema de funcionamiento más rígido, siempre bajo el axioma de la lógica y la buena fe, por tanto, siempre son lentos en tomar decisiones, además de incrédulos y por sobre todas las cosas, inútiles.
Pongamos como ejemplo la FAO , ellos hace un tiempo premiaron al gobierno nacional por lograr avances en la alimentación de los más necesitados, cuando todos sabemos el drama que consiste el de comprar alimentos en este país desde hace años; la ONU tampoco es que sirva de mucho, tenemos más de veinte años viéndolos ir y venir, los países miembros exhiben una “preocupación importante sobre la situación nacional” pero de ahí no pasa, es casi como que yo dijese algún consejo para el ministro de cultura, (una nulidad porque mi opinión no le importa a nadie ni lo que pueda decir tendrá impacto alguno). De hecho, recientemente vino al país una delegación de la oficina de los derechos humanos a constatar si las denuncias son reales o inventos de la oposición.
Nunca he creído mucho en la efectividad de ellos (los inspectores de la ONU), en primer lugar, su jefa Michel Bachelet, una señora acostumbrada al rigor humanitario de su Chile natal. Ella proviene de una larga tradición de izquierda, que por sobre todas las cosas ha construido un discurso donde el ogro siempre es otro y que ante el “daño” recibido, siempre mantiene una reserva al momento de juzgar a sus semejantes, sin embargo, la dama, está a años luz de saber en realidad, la salvajada de vivir en Venezuela, donde muy pocos afortunados tienen vidas de obrero chileno especializado… A eso suma a los jerarcas que tienen dólares, pero el resto vive de puro milagro.
Quizás lo más grave es que a las fulanas misiones no levantan investigaciones independientes pues, dependen de los datos aportados por las autoridades del país, es decir, no importa lo que en realidad suceda porque la misión se guiará solo por los datos oficiales y, todos sabemos cuál es la fidelidad de la propaganda gubernamental con respecto a sus gestiones. Los novelistas más delirantes palidecen ante los documentos con lo que esos funcionarios defienden sus mandatos, así que, por ahí estamos perdidos. La ONU es mucho boato, mucha diplomacia, discursos bonitos pero las acciones solo van en función de agradar a los gobiernos, sin importar mucho si éstos son los malos, es más, si los malvados son los del poder, igual son ayudados por el organismo, un asunto bastante feo.
Cuando se anunció que la ONU mandaba una comisión para verificar las denuncias sobre la crisis humanitaria, hubo una explosión de anuncios apocalípticos en las redes sociales. Los más entusiastas hablaban de envío de cascos azules para proteger los envíos de la ayuda, censuras en la sala de la ONU y quizás, hasta que se dinamizara de una vez por todas la Corte Penal Internacional, debido a los testimonios de aquella misión. En fin, las esperanzas de acelerar la caída de este régimen político/fascista/delincuencial que tiene a todo el país en un drama continuado de hambre, miseria y desolación, desde hace muchos años pero que, en estos últimos tres, ha llegado a cotas imposibles de creer si no las vives.
La misión de la ONU está en Venezuela, su llegada ha desatado más represión que incluye desapariciones, cárceles sin proceso, asesinato y hasta atropellos físicos en contra de periodistas nacionales y extranjeros, contra ciudadanos que ejercen su natural derecho de protesta (consagrado en la constitución), y pare de contar; cualquier exabrupto para silenciar esta realidad que tanto difiere de la propaganda, a pesar de la agenda controlada por el estado que maquilla hospitales, escuelas, universidades, mercados y hasta manifestaciones con gente traída de todo el país para hacer bulto, cuyo fin es el de acicalar la crisis.
Todavía ronda por el país la misión de la ONU, a decir verdad nadie sabe con exactitud el veredicto, a título propio y analizando las posibilidades, desde la perspectiva de que la jefa de los funcionarios del ente internacional, es simpatizante de la izquierda y con toda la estampa de hacerse la vista gorda en pro de sus iguales ideológicos, además, de amparar sus resultados con documentos oficiales, (aunque evidentemente forjados igual son oficiales, por tanto valen para agregarles el beneficio de la buena fe) para justificar la seguramente, tibia reacción del organismo internacional ante la tragedia venezolana. Tengo la impresión de que más allá de la bulla mediática y la propaganda, el resultado de la misión va a ser tan evidente como lo que ha hecho la ONU por la emergencia humanitaria desde siempre, dejando al país huérfano de quien defienda a quienes no tenemos armas, ni el monopolio de la violencia, para así prevalecer, y seguir a la espera de una coalición internacional que nos de apoyo efectivo, más allá de las sanciones individuales o los desplantes a los representantes de la oclocracia chavista, que si bien lastiman a unos cuántos, nos dejan a los millones que seguimos acá presos, en la misma orfandad de pobrezas y miserias.
Por eso y desde hace muchos años, cada vez que leo en las redes, o escucho a alguien asegurando que al gobierno le falta poco para caer, que el cambio está cerca, que nada detendrá la caída de los forajidos o el muy escatológico nuevo grito de guerra opositor, ese que le recuerda la madre al usurpador de Miraflores, en cada oportunidad que me tropiezo con alguna de esas expresiones entusiastas de quienes desean volver a tener un país de verdad, me acuerdo de aquellos carteles de carretera que anuncian la llegada de Jesús quien a pesar de tanta fe y devoción, no se ha dignado a bajar a resolver los dramas de la humanidad, mientras los más religiosos siguen creyendo que vendrá pronto, pero vamos para tres mil años de espera en el mismo planeta y cada día es peor el asunto.
seryhumano.com / José Ramón Briceño *
*Autor del libro «Relatos de un balsero de asfalto»