“Concebida por un genio, expresa con fuerza la naturaleza romántica de la música” E.T.A Hoffmann
La Quinta de Beethoven es, sin duda, la sinfonía más famosa e influyente que jamás se ha compuesto. La fuerza que la caracteriza está fundamentada en una combinación de concentración y unidad orgánica, impulso rítmico y una sensación de progresión desde la tragedia hasta el triunfo.
Esta última dimensión se expresa en el plano tonal por el paso del oscuro do menor del primer movimiento al ardiente do mayor del finale (con muchos atisbos previos y momentáneos, a lo largo del surco que se va labrando, de lo que será ese luminoso destino), y en el plano de la experiencia, por medio de una transición que conecta el fantasmal final del scherzo con el principio del finale, materializada con un crescendo oscilante pero que al final resultará inexorable. Cada gesto y cada rasgo de esta obra han sido estudiados y emulados por compositores posteriores.
La grabación de Carlos Kleiber ejerció un impacto similar en los intérpretes y el público de finales del siglo XX. Había habido muchas versiones poderosas y vívidas, pero el intenso dinamismo de Kleiber posee una flexibilidad que hace que las versiones basadas meramente en el volumen, la monumentalidad y el empuje parezcan romas y sin imaginación.
Desde los drásticos y rápidos crescendos de las maderas y metales al principio del primer movimiento, hasta la evocadora tensión melódica y la vulnerabilidad del segundo movimiento y el finale, esta interpretación conserva el brillo y la variedad que revigorizaron la tradición en la que apareció. Este fue el punto de partida de la inspirada atención al detalle que iba a animar el movimiento interpretativo histórico cuando, por fin, se fió en Beethoven como campo legítimo para sus empresas.
seryhumano.com / David Breckbill