Si existe una virtud de lo alto que desparece fugazmente cuando un individuo dice poseerla, esa es justamente la humildad. Aquel que es humilde, no se da cuenta de su virtud.
La humildad muchas veces es presentada como sinónimo de pobreza o indigencia, sin embargo, en su origen más exacto no tiene mucho que ver con esa versión popular. La etimología de la palabra “humildad” nos indica que proviene del latín “humilis” derivado de “humus” que significa Tierra. Según estos datos, podríamos decir que significa “inclinado a tierra”, en otras palabras, es la virtud que proviene de lo alto y que permite que las criaturas se inclinen ante Dios y se ubiquen ante él.
La humildad es el concepto de ubicación del hombre ante Dios y ante su prójimo. Recordemos las palabras de Salomón:
“Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras” Eclesiastés 5:2b
Este pasaje es una clara invitación a la humildad, es decir, a “ubicarse”. Dios es santo, él está en el cielo, pero nosotros, somos pecadores y estamos en la tierra. Es el reconocimiento de aquella brecha causada por el pecado y que el único que la puede acortar, es el Señor Jesucristo (comp. 1.Tim. 2:5)
Una de las tantas secuelas que ha dejado el pecado en la naturaleza caída del hombre, es la absoluta carencia de humildad, es decir, no seremos genuinamente humildes, a menos que Dios nos enseñe a ello y nos impute de su virtud en nosotros.
Dios es el único que puede proceder a enseñarnos nuestras propias debilidades, incapacidad e incompetencia a través de errores, defectos, situaciones difíciles y fracasos por causa de nuestros pecados. “Una persona es humilde cuando reconoce que no tiene en sí mismo, ni por su preparación, ni por su experiencia, la sabiduría, el conocimiento, la competencia y las fuerzas necesarias para cumplir la voluntad de Dios” (La Humildad -27 Agosto 2008 — C. Salazar).
La humildad no tiene nada que ver con nuestra vestimenta, si esta es espléndida o harapienta, tampoco tiene que ver con la manera de hablar, si con vehemencia o con voz parsimoniosa, ni menos con un asunto socioeconómico; pobre o rico. La humildad es transversal, es decir, uno puede ver esta virtud en personas muy acaudaladas o pobres.
Desde los albores de la creación, Dios nos insiste en nuestra ubicación o humildad. Por ejemplo, en el génesis vemos que las consecuencias del pecado fueron la soberbia del hombre y la pérdida absoluta de la humildad. Ya el hombre no dependería de Dios, sino que de sí mismo. Había sido cambiada la adoración al Creador por la adoración a la criatura (comp. Rom.1:25). Dios le dice al hombre recién caído:
“Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” Génesis 3: 19
Esta divina declaración, viene a ser como una inmensa bofetada a la soberbia y altivez del hombre. Es como una tremenda exclamación desde lo alto que nos evoca nuestro origen a fin de ubicarnos ante el Creador.
Qué bueno es recordar que provenimos de la tierra y que a ella volveremos. En eso consiste la legítima humildad; en reconocer nuestra naturaleza y nuestro origen, es decir, volver a ubicarnos junto a la tierra.
Recordemos aquel pasaje que el apóstol Pablo rememora de los escritos de Isaías y Jeremías, cuando dice:
“Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?” Romanos 9:20
Este texto es una gran lección para nuestra humildad (ubicación). Es menester preguntarnos ¿Quién soy?, para aprender la humildad. De esta manera, cuando nos veamos confrontando insolentemente a Dios, digamos “¿Quién soy para altercar con Dios?”, por otra parte, cuando nuestra relación con mis hermanos este tan deteriorada que solo veo sus defectos y bajezas, podamos preguntarnos “¿Quién soy para juzgar a mi hermano?” “¿soy acaso mejor que ellos?”
La humildad es una virtud que proviene del cielo. Nosotros no somos capaces de ser humildes por aplicación de sermones o por la fuerza. Si procedemos, cual obrero, a trabajar arduamente para ser humildes por fuerza humana, tarde o temprano fracasaremos y la soberbia nuevamente se desparramará como tempestad sobre nosotros y sobre los que me rodean. La humildad no es parte del esfuerzo humano, es un don de Dios.
¿Cómo mirar a los demás y sus errores? La Palabra de Dios presenta una potente y solemne instrucción acerca de cómo mirar a los demás sobre la base de mirarse a sí mismo con la virtud de la legítima humildad. Cristo dijo: “¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” Mateo 7: 1-5
Las palabras claves para entender esta enseñanza del Señor Jesús, son PAJA Y VIGA. Bien sabemos que la paja es comparativamente más pequeña que una viga. La paja es una rama, mientras que la viga es un tronco. Por consiguiente y en base a este análisis, comprendemos que la enseñanza se basa en mirar a nuestros hermanos considerando nuestra propia bajeza antes de ver la del hermano. Y no solo eso, la instrucción incluye la cruda realidad de que nuestros propios pecados y flaquezas son, a veces, mayores o mas notorios que los de nuestros hermanos, de manera que con esta fórmula divina, el único camino es la humildad, es decir, “ubicarnos” y jamás sentirnos mejor o mas “santos” que los demás.
Primero es necesario ver y convencernos de nuestras propias miserias, antes de juzgar a los hermanos por las suyas. De lo contrario, viene a ser un triste espectáculo de soberbia (ausencia de humildad) y alto concepto de si propio de la hipocresía.
El apóstol Pablo en la misma línea, enseña a los Gálatas:
“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña. Así que, cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí mismo, y no en otro; porque cada uno llevará su propia carga” Gálatas 6: 1-5 El texto señala que ante los errores de los demás, primero es necesario ponerse ante el espejo y verse a sí mismo, es decir, reconocer humildemente la propia condición y origen terrenal, tan igual como la de nuestros hermanos, es decir, tanto yo como él o ellos; “somos” pecadores. No se puede pretender corregir o instruir a alguien olvidando mi condición y mi origen. Son estos momentos cuando en nuestros corazones debe sonar más fuerte que nunca la voz del Señor cuando dice: «…pues polvo eres, y al polvo volverás” Génesis 3: 19
Como hemos mencionado, la legítima humildad consiste en ubicarse delante de Dios y de los demás. De esa manera, cuando observemos los errores de los hermanos, la actitud no será la de un juez o un inquisidor frente a un acusado, sino que, la de un hermano legítimamente humilde e interesado en “restaurar” más que de condenar o lapidar.
Por otra parte, el texto de Gálatas habla justamente de “sobrellevar” las cargas recíprocamente, es decir, considerando y aceptando en el corazón que “todos” tenemos errores y que estamos siendo faenados y cincelados por la mano del “Maestro”. Nadie puede decir, yo estoy perfecto o terminado; es necesario imaginarse, al igual que las calles en construcción, que todos portamos a nuestra espalda un rótulo que versa así: “ruego disculpar las molestias causadas, pero Dios está trabajando aquí”. Esta es la ley de Cristo.
Además, el texto se agrega que quien no se mira a sí mismo, se olvida de que no es nada y así mismo se engaña, por lo tanto, es necesario poner a prueba nuestra propia condición y actuar delante de Dios y delante de los demás, para no volvernos jactanciosos y soberbios, careciendo de toda humildad que nos permite ubicarnos en el lugar de donde nunca deberíamos salirnos.
seryhumano.com / Andrés Manuel Landaeta
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