El 31 de mayo de 1889, una fuerte tormenta llenó el Lago Conemaugh en Pennsylvania hasta que su represa finalmente cedió. Un muro de agua de 12 metros de alto y que se desplazaba a 64 kilómetros por hora se precipitó sobre el valle hacia la ciudad de Johnstown.
El torrente cogió a su paso edificaciones, animales y seres humanos, lanzándolos estrepitosamente por el canal de desagüe. Cuando el lago se vació, los escombros cubrían un área de 121 kilómetros cuadrados y 2.209 personas perdieron la vida.
Al principio, pasmados ante la pérdida de sus posesiones y seres queridos, los sobrevivientes se sintieron impotentes. Pero más tarde, los líderes de la comunidad dieron discursos acerca de cómo los pobladores podían reconstruir la industria local y sus hogares.
Esto actuó como un bálsamo sanador, y los sobrevivientes pusieron manos a la obra con energía. Johnstown fue reconstruida y hoy es una ciudad floreciente con una población de 28.000 habitantes.
Después de una trágica pérdida, debemos mirar los recursos y relaciones que todavía quedan y confiar en que Dios los usará. Esto puede inspirar la esperanza de la reconstrucción de una nueva vida.
La Biblia nos dice _ por ejemplo _ que cuando Noemí se desesperó por la pérdida de su esposo y sus hijos, su nuera Rut se negó a dejarla. En vez de ello, Rut se centró en Dios, sus relaciones y el futuro. Dios recompensó su fe proveyendo para ellas y haciendo de Rut una antepasada de Jesucristo (Mateo 1:5-16).
Seryhumao.com / H. Dennis Fisher