Las piezas están dispersas a través de nuestra historia.
Cada persona que va llegando a ella, trae una pista, un dato. Una manera de juntarlas.
A unos se les va mejor por el borde.
Otros son expertos en el medio.
Hay quienes la noche los ponen lúcidos.
Algunos la luz del amanecer los reta en creatividad.
Mientras tanto, nosotros miramos la caja soñando tenerlo armado.
Tiramos las piezas en la mesa y con la cara de incertidumbre nos preguntamos
¿Cómo carajo se convertirá este desastre en el dibujo hermoso de la caja?.
Se necesita tiempo. Paciencia. Muchos momentos con nuestra propia identidad.
Escuchar a nuestros colaboradores y mandar a volar a los que tienen menos idea que nosotros de cómo se arma.
Nos tomará tiempo “darnos cuenta”.
Nos tocará, muchas veces, pedir ayuda.
Quizás apagar la luz de cuando en cuando.
O simplemente tirarnos al suelo y mirarlo.
Observar las piezas en desorden.
Sin decir una palabra. Solo sintiendo.
Esto nos puede tomar días, semanas, meses o años.
¿Y cuál es el problema?
El rompecabezas de nuestra vida no necesita prisa.
Necesita amor.
Necesita que pongamos nuestras piezas a nuestro ritmo.
Con dulzura agradecer a quien en ese instante coloca una pieza con mayor claridad.
Perdonarnos el tiempo que hemos creído perdido.
Para subliminalmente disfrutar.
Permitirnos saborear la experiencia desde la alegría y no desde la ansiedad.
Recordemos nuevamente, nadie nos está apurando.
E independientemente del resultado divertirnos mucho más.
El dibujo que está en la caja ya forma parte de nuestra alma, desde el momento mágico que Dios nos escogió para llevarnos a casa.
Y con un simple pasatiempo regresarnos a nosotros mismos a través de Él.
seryhumano.com / Morelba del Valle