La dependencia emocional hacia alguien o hacia algo es una realidad que afecta a la mayoría de personas sin ser conscientes de su efecto nocivo. Tendemos a aferrarnos a algo en concreto pensando que ése será el fruto de nuestra felicidad, pero terminamos creando un vínculo que nos quita nuestra libertad. Si vinculamos nuestra felicidad a algo o a alguien, el disfrute de nuestra vida estará en peligro ya que estar enganchados a una persona, o a un objeto, nos consume íntegramente y termina afectando nuestra salud mental.
El psicoterapeuta Joan Garriga, especializado en relaciones de pareja, apunta que esta actitud es “natural” en tanto que como seres sociables “anhelamos un vínculo que nos reporte pertenencia, intimidad, sexualidad y crecimiento”, pero que esto no llegue a condicionar nuestro bienestar.
“Yo soy yo y tú eres tú. No estoy en el mundo para colmar tus expectativas, ni tú estás en el mundo para colmar las mías. Yo estoy para ser yo mismo y vivir mi vida, tú estás para ser tú mismo y vivir tu vida. Si nos encontramos, ¡será hermoso! Si no nos encontramos, nada habrá que hacer” Joan Garriga, entrevista para La Vanguardia
El psicólogo clínico argentino Walter Riso, autor de la obra Despegarse sin anestesia (Editorial Planeta), asegura que ningún elemento es imprescindible para salir adelante. Cuando ese elemento condiciona nuestra existencia sufrimos el apego o “incapacidad de renunciar a un deseo cuando éste atenta contra tu salud mental, tu felicidad o tu incapacidad de vida”. Por lo general, esta tendencia suele darse en personas con una personalidad obsesiva y perfeccionista. Así mismo, como en todas las adicciones, la causa principal es la inmadurez emocional del individuo, que le imposibilita a tolerar el dolor y la frustración y que saciará mediante el apego. No obstante, este cuadro es generalizado y, como animales de costumbres, todos podemos caer en la dependencia.
¿Cómo saber si soy dependiente?
Deseo insaciable. La necesidad de estar con la persona en quien se centra la dependencia no termina nunca y va a la alza. Cada vez se necesita más de “el otro” y cada vez llena menos lo que aporta. La persona dependiente se vuelve exigente en relación a la otra persona.
Falta de autocontrol. El individuo dependiente deja de controlar su relación con el elemento o persona a la que se aferra y no sabe regular su conducta.
Malestar. El alejamiento del objeto o persona de la que se depende provoca una ansiedad abrumadora. La persona que depende no sabe estar sin su objeto de dependencia y, por ello, son comunes frases como “no puedo vivir sin ti”, “sin ti no soy nada”, “te necesito” o “sin ti me muero”.
Persistencia. La persona dependiente es incapaz de cortar los vínculos con “el otro” pese a ser consciente de que la relación es perjudicial y negativa para el propio individuo.
¿Cómo me desapego de mi objeto de dependencia?
Aceptar que nada es para siempre. El placer no es eterno y la felicidad no dura constantemente. Todo tiene un final: las relaciones, los objetos, la vida. Este final puede ser más o menos esperado pero siempre se debe mantener la plena consciencia de que nada es perecedero y que es lógico que advenga un final. El dolor de lo que termina es inevitable, no obstante, si se tiene esto claro siempre podremos afrontar mejor el duelo.
Crear resistencia frente a los apegos. Como ocurre con el ejercicio, nuestra resistencia aumenta en la medida que nos entrenamos. Lo mismo ocurre con la dependencia: debemos entrenarnos a saber vivir sin aquello que nos absorbe. Es aconsejable empezar con elementos sencillos que en tanto que son rutinarios nos producen placer y romper paulatinamente con este hábito. Por ejemplo, ponerse un trozo de chocolate en la boca y sacársela tal cual está.
Convertirse en un banco de niebla. Eso significa dejar de ser rígidos de modo que todas las críticas que nos lleguen puedas “traspasarnos”, evitando así que nos causen un dolor desmesurado. Debemos aprender a recibir críticas y no únicamente vivir de aplausos. Las personas con gran dependencia tan solo intentan satisfacer a “el otro” y reciben como una fuerte puñalada traicionera cualquier crítica que pueda hacerles, por leve que sea.
Ser realista. El dolor, la frustración, la tristeza o la desesperanza son emociones que nos vienen de serie. No podemos evitarlas. Así pues, el mejor remedio para afrontarlas es ser conscientes de que las vamos a sentir. De este modo evitaremos un sufrimiento excesivo y desmesurado ante las emociones vinculadas a la pérdida.
seryhumano.com / Carlos G. Torrico
Fuente: epsicologia.eu