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En numerosas buhardillas (o maleteros en el caso de los pisos) se amontonan cajas con todo tipo de trastos: juguetes, libros y reliquias de la infancia. Aunque nadie va a volver a usarlos, a muchas personas les cuesta separarse de esos objetos.
Tres economistas estadounidenses han hallado un remedio para desprenderse de ellos: nada menos que fotografiarlos.
Para su experimento, aconsejaron dicho método a estudiantes que vivían en residencias. Estos participantes donaron 613 pertenencias a organizaciones benéficas. Los que los recibieron no tenían tales instrucciones (grupo de control) entregaron tan solo 533.
“No queremos perder los recuerdos relacionados (con los objetos)”, explica Rebecca Reczek, coautora y profesora de marketing en la Universidad Estatal de Ohio. Pero no se trata únicamente del recuerdo en sí mismo, sino también de lo que significa para la identidad de la persona. Así lo comprobaron las investigadoras en un segundo experimento. Los residentes que donaban sus objetos a una tienda de segunda mano recibían, a cambio, una instantánea de ese momento. Estos estudiantes experimentaban menos la sensación de que se habían desprendido de una parte de sí mismos que aquellos que no habían obtenido la imagen como recuerdo.
Reczek argumenta: “Los recuerdos asociados a las pertenencias impregnan nuestra identidad, y nos disgusta deshacernos de ese fragmento”. No obstante, ello sucede solo con los objetos que tienen cierto valor sentimental, más que económico, para nosotros (por ejemplo, un vestido de novia).
Estudios anteriores ya habían demostrado la tendencia de las personas a desarrollar una relación emocional hacia las cosas más banales. Si alguien nos indica que uno de los triángulos que aparecen en la pantalla nos pertenece, nuestra mirada lo sigue con mayor atención.
seryhumano.com
Con información del Journal Marketing