“Educad al niño y no será necesario castigar al hombre”
Pitágoras
El café es un olor inconfundible entre los recuerdos del pasado y el presente que camina entre nuestros dedos. En Venezuela, país en donde nací, es la bebida más popular sin alcohol entre todas.
Tomar una taza de café es una tarea que empieza en nuestro desayuno, se desarrolla en nuestros sitios de trabajo y nos acompaña hasta nuestro velorio.
Aún no he logrado descifrar el amor platónico que envuelve la invitación coloquial: “¿nos tomamos un café?” Metáfora más usada para invitar al otro a recrear un momento de humor, amor o amistad.
Desnudamos el alma en cada sorbo, mas allá de su esencia y rendidos ante su sabor exquisito que roza en nuestras pupilas gustativas… así esté hirviendo, así esté helado…
El café se parece a un beso apasionado. Es una experiencia que se deleita desde el aliento, paso a paso por los huesos, hasta estacionarse en la boca con la picardía convertida en humo blanco de ensueño.
Recuerdo la primera vez que me besaron. Fue por un juego en donde ambos habíamos apostado lo mismo. Quizás porque la timidez le ganaba aún la partida a nuestra lógica, esa que ahora nos permite retar al dragón que tenemos dentro y discernir entre lo que va en coherencia con nuestra historia y lo que atenta contra ella.
Y es así que al terminar el juego, nos miramos a los ojos temblando tal piso de teatro en pleno acto de fin de año de un colegio, nos tomamos de la mano dándonos un beso. Sin saber, que esa experiencia representaría el prólogo de nuestras relaciones de pareja a partir de ese mágico suceso.
Los sucesos que de centímetro a centímetro, demarcan la distancia emocional de nuestra historia personal, son muy importantes en el diseño de nuestros esquemas mentales, los cuales se aparean con nuestra calidad humana; se toman de la mano con nuestros valores y abren el cielo estrellado de la comprensión en nuestra conciencia.
Recuerdo uno de esos sucesos del año pasado. Llegué al consultorio de mi terapeuta después de haber descubierto una mentira la cual estaba viviendo.
Llegué sudorosa, temblorosa, no logré sentarme ni un momento. Fueron 45 minutos de gritos, lágrimas, saltos. Agarraba con mis manos las sillas del consultorio. Caminaba de un lado al otro como león enjaulado. Golpeaba la mesa y cuando por fin mi ansiedad se cansó, aún de pie, miré a mi terapeuta y le dije: – ¿No vas a decir nada?
Y es así, con la frialdad que el caso ameritaba, me dijo: -Morelba “¿Cómo está tu relación con Dios?”
Todavía se me vuelve hielo la sangre como en ese momento. Así que la observé seriamente y le respondí con otra pregunta: – ¿De qué (palabra censurada) estás hablando?
Y ella articuló otra pregunta, como si tuviera un plomo bajo la lengua: -¿Cómo está tu Fe?
Pues allí, el oxigeno simplemente se me salió de los pulmones y le dije: – (otra palabra censurada) ¡Tú estás loca! Tengo 45 minutos compartiendo la situación tan grave donde estoy metida y tú me sales con esa vaina.
Ella se levantó de su asiento, cordialmente me acompañó hasta la puerta y en voz baja me indicó: – Cuando tengas las respuestas, regresa.
Ya hace casi un año de ese suceso, y les confieso, que fueron las dos preguntas más significativas que me han hecho en mi vida, ya que por medio de ellas simplemente logré comprender.
Y es que la comprensión muchas veces viene en una taza de café, se cuela entre la gente caminando rápido o te llega en una pregunta lógica retando a la emocionalidad.
Comprender es un danzar entre la aceptación, la integridad y la ética.
Bajo la secuela musical interpretada por la banda de nuestra personalidad y cantada a capela por nuestro carácter.
Comprender es la invitación que nos hace la compasión de acercarnos de puntillas a la historia personal del otro para no juzgarla, dibujarla con un pincel de amor, acariciarla con mucha fe y establecer límites con dignidad.
Porque la comunicación con nuestra esencia que parte de la relación que tengamos con Dios, el universo, el cosmos o como lo llame cada quien, es lo que nos permite incorporar en nuestro sistema de creencias: que el otro es como es, porque su naturaleza es esa. Que eso fue lo que aprendió. Lo que le mostraron cuando chiquito. Que creció pensando que era lo correcto y que después de adultos aún sigue creyendo el cuento.
La comprensión bañada en compasión, nos permite saber el ¿por qué? del otro y lo más importante conocer el ¿por qué? de nosotros mismos.
Como lo hice yo ese día al salir del consultorio de la terapeuta, cuando empecé a hablar conmigo misma.
Hablar conmigo misma ha sido una de las aventuras más bellas que estoy disfrutando.
Reconciliarme con la niña que fui, admirar a la mujer que soy y respetar la hembra que me da forma…
Celebrar a Lili y a Pilly mis mascotas, ya a una de ellas la han oído nombrar.
Jugar con el dragón que llevo dentro, que se transforma en miedo o en ansiedad según su género o estado mental.
Hacerme cargo de mis intenciones con respecto a mis acciones.
Darle su puesto a las emociones que me permito vivir y darle color a los sentimientos que pulsan las teclas cuando escribo o sueño…
Porque comprender, me ha permitido caminar desde la coherencia que implica amar a Dios por sobre todas las cosas.
Amar al prójimo como a mí misma.
Cuando desde el silencio mágico de mi espíritu, me abrazo, me beso, me miro al espejo para reconocer que el otro puede protagonizar la película que quiera. Pero solo en mí está la decisión de actuar o no en ella.
Porque la dulzura de comprender te lleva a perdonar, para luego agradecer y bendecir: Que no estamos solos y nunca lo estaremos porque sino ¿cómo pudiésemos besar al perdón?
Seryhumano.com / Morelba del Valle Martínez
Dedicado a mi terapeuta quien me ha tomado de la mano con compasión en este camino de comprender