“Si algo no te da paz, no es…” Julio Bevione
Acababa de verla con mi hermano por quince minutos en cuidados intensivos.
Salí a caminar un rato para hacer una llamada y al llegar al final del pasillo, mi hermana me avisó que la doctora quería hablar con nosotras.
– Su mamá acaba de fallecer.
Fue la frase que helo mi alma y liberó la angustia de mi espíritu.
Seis largos años en un cuarto acostada en una cama.
Once días tratando de aprender a respirar de nuevo.
Mi mamá ya estaba cansada.
Sus hijos solo orábamos por su tranquilidad.
Entonces ocurrió el milagro: mi mamá descansó.
Y dos días después, al verla serena en su urna, descubrí que mi alma también estaba vislumbrando la paz.
Para explicarles cómo inicié el camino hacia la paz permítanme por favor retroceder un par de años atrás.
Casi ya a media noche, al sentarse frente a mí en la mesa, mis ojos tocaron su corazón y su corazón mi alma.
Nunca le había visto así.
Su luz encendió mi oscuridad o por lo menos eso fue lo que pensé en el momento.
Su melodía. Su manera de ver diferente el mundo. Su rebeldía. Su olor a café recién colado y su memoria fotográfica me enamoró.
Lo bohemio de su estilo arropaba el mío.
Le admiraba en todos los sentidos.
Le amaba en todos los contextos.
Hasta que Dios salió a mi encuentro en forma de poste donde casi me estrellé.
Afortunadamente, solo se estrellaron mis sueños en plural. El futuro en doble dimensión.
El castillo idealizado se derrumbó de golpe.
El corazón se desplomó y la ficción me dejó sin piel.
Los días continuos se tornaron de noches sin dormir.
La oración era una acción olvidada.
Mi mente solo tenía atención en una relación que de dos personas paso a tres.
Tres almas atrapadas sin salida.
Yo solo podía hacerme cargo de la mía.
– Es tu decisión.
Repetía una y mil veces mi sicóloga.
El amor aquí no tenía cabida. Por lo menos no el referido al otro.
El amor propio era la única llave que abriría la puerta para salirme del juego sicológico e ir directamente a Dios.
Recuerdo una mañana de esos días, que no eran más que la azotea de la noche anterior. Entraba a una reunión de trabajo y al sentarme, me percate de un aviso que estaba en la pared frente a mí:
“Busca la paz y síguela…” Salmo 34:14
En ese momento escuché a Dios.
El camino a recorrer luego no fue fácil. Pero tenía un objetivo claro: Quería estar en paz.
Un mes después la relación llegó a su fin. Yo tomé la decisión de decir adiós desde el alma.
Y comenzó un año entero de ayudas sicológicas. Experiencias espirituales. Disciplina. Amor propio y fe.
Pero lo más importante de todo este proceso fue conocerme a mí y conocerlo a Él.
Él llego a mi vida de manera transformadora. Con su amor llenó mis vacíos. Con su misericordia conocí el perdón y el agradecimiento.
Rendirme ante Él fue aceptar con humildad que estaba en un camino equivocado porque simplemente no tenía paz.
Con coraje y valentía empecé a cambiar.
Preguntarme a diario: ¿Qué quiero hacer hoy? ¿Qué debo aprender de esto? Reforzaban el respeto hacia mí misma.
Dejar ir con amor a las personas que me quitaban la tranquilidad, le subía volumen a mi dignidad.
Decir No desde la compasión y abrazar el Si con alegría, pintaba de colores mi autoestima.
Descubrir los puntos de honor en mi esencia (lo que no estoy dispuesta a negociar) me permitió poner límites emocionales contribuyendo a mi salud corporal.
Aprender a orar desde el alma más que desde el conocimiento me hizo saborear la fresca miel de la espiritualidad.
Así fueron pasando los días. Poquito a poquito iba reconciliándome en armonía. Pero aun me preguntaba: ¿Será que ya estoy en paz?
Entonces al cabo de un año y un mes de toda esta danza, viví el capítulo más intenso de mi vida: besar por última vez la frente de mi madre muerta y desnuda en la sala fría de cuidados intensivos.
Siendo ese beso lo que me hizo comprender que ese día comenzaría para nosotras una nueva historia.
Ese día mi mamá me parió de nuevo.
Porque desde ese día yo soy una nueva persona que cada día se está reconstruyendo con la sutileza y la confianza que ambas estamos en paz.
Dedicado a mi Señor Jesús.
seryhumano.com / Morelba del Valle Martínez Inciarte