Enfados: el secuestro emocional
- ¿Por qué nos enfadamos?
Recuerda esto: cuando te enfadas, estás siendo víctima de un secuestro. Eres rehén de una respuesta automática. ¿Por qué? Sabemos que el cerebro tiene una parte más emocional y otra más racional. La parte más emocional incluye la amígdala, una especie de guardián del cerebro que tiene el poder de secuestrar al resto de la mente más racional en un milisegundo.
- ¿Cómo ocurre este secuestro?
Es muy sencillo: normalmente el cerebro procesa la información que le llega del exterior desde el tálamo, que dirige esta información a la corteza cerebral. Y de allí, pasa a la amígdala, y eso genera péptidos y hormonas que fomentan determinadas emociones y reacciones. Ahora bien, si el cerebro cree que hay un peligro envía toda la información directamente a la amígdala, despreciando el cerebro racional. Así ocurre cuando te sientes amenazado o disgustado y reaccionas de manera irracional y posiblemente destructiva. Recuerda que se trata de una parte del cerebro primitiva, diseñada para sobrevivir y no para tomar decisiones complejas, ya que el cerebro humano se diseñó hace unos cien mil años y sigue funcionando con parámetros poco actualizados que reaccionan violentamente cuando sienten que hay peligro. Eso es lo que Daniel Goleman llama “secuestro emocional”, y ocurre en un milisegundo cuando el cerebro emocional cree que debe salvarte la vida.
- Parece un mecanismo interesante… ¿no?
Ya, pero también te puede arruinar la vida. O por lo menos la noche. Es un mecanismo interesante si realmente tu vida corre peligro y el cerebro tiene que hacer huir o agredir de forma instantánea. Pero en una cena de Navidad, cuando tu vida no corre peligro, no sólo no te sirve esta reacción instintiva, este secuestro emocional, sino que te perjudica. Porque ante cualquier situación sin riesgo para tu vida, aunque quizá altamente estresante, como esa tradicional discusión de Nochebuena con tu cuñado, puede reaccionar de forma exagerada ante un peligro que no es físico, sino emocional. Nuestro cerebro estaba programado para reaccionar así ante peligros físicos, pero ahora seguimos reaccionando igual ante peligros emocionales, que son los más corrientes en las vidas que tenemos hoy en día. A tu mente racional la secuestra una respuesta emocional.
- ¿Cómo sé si me estoy dejando secuestrar por la amígdala, por la parte más emocional del cerebro?
Hay tres indicios que deben alertarte:
– Sientes una reacción emocional muy fuerte.
– Todo es muy rápido y se te escapa de las manos.
– Intuyes que después del secuestro emocional te darás cuenta de que la reacción no era apropiada, que era desmesurada.
Tenemos ejemplos famosos de personas que fueron secuestradas por su amígdala, como el caso del futbolista Zinedine Zidane, que frente a millones de espectadores de más de doscientos países dio un cabezazo a Materazzi, durante la final del mundial de fútbol de 2006. Le echaron del partido, Francia perdió y Zidane cargó con las culpas de una situación controvertida. El incidente supuso un final de carrera desastroso para el prestigioso futbolista. Fue un claro caso de secuestro emocional, una reacción emocional muy fuerte y repentina que sin duda obedecía a una provocación pero cuya consecuencia, aunque el futbolista pidió perdón, fue nefasta para Zidane y para su equipo.
Recuerda que poca gente puede obligarte a hacer cosas que no quieres, pero tu amígdala sí puede.
Los estudios muestran que no somos conscientes, a menudo, de las emociones negativas que albergamos, en parte porque muchas están escondidas en la parte más oculta de la mente. Nos dejamos llevar inconscientemente por la frustración, la decepción, la ira, la tristeza, el desprecio o los sentimientos heridos. Los entornos que despiertan estos sentimientos disparan nuestras reacciones emocionales más automáticas. Las familias son un terreno fértil para los secuestros emocionales porque acumulan años de agravios que tal vez no hemos sabido solucionar a medida que ocurren. Típicamente, las familias tienen tendencia a no hablar abiertamente de los problemas y estos se entierran y reprimen para no amenazar el equilibrio familiar. Pero los problemas y los resentimientos siguen allí, y de repente cualquier palabra o mirada inoportuna te trae recuerdos dolorosos que encienden la chispa del secuestro emocional.
- ¿Podría evitarse que los conflictos se enquisten en el entorno familiar?
Podría, aunque generalmente ni en casa ni en la escuela nos enseñan a solucionar conflictos y estos se enquistan. Por ello, ante cualquier provocación, grande o pequeña, el cerebro percibe peligro y dolor y reacciona instintivamente. Así es como llegamos al secuestro emocional, porque una palabra te ha recordado de repente que alguien querido “no me trata bien”, “no me cuida”, “nunca lo ha hecho”… Llegas a casa por Navidad y asocias el entorno y los comportamientos, sin darte cuenta, a recuerdos que te exasperan, te duelen o te aburren. Por cierto, cuando estás aburrido eres casi tan “peligroso” como cuando estás enfadado.
- “No me gusta la Navidad, aunque no sé por qué”
Otra razón que podría contribuir a los enfados navideños es que el sentido de la Navidad ha cambiado. Las fiestas navideñas eran un momento muy especial cuando las familias se veían menos, cuando se comía peor, cuando para muchos tenía un significado específico… Ahora se han convertido para muchas familias en algo muy material, unos días que generan expectativas, obligaciones y estrés pero que a muchas personas les aportan relativamente poco. Este sentimiento de decepción general con la Navidad nos afecta cuando nos reunimos y nos hace más sensibles al secuestro emocional.
¿Qué podemos hacer para no ser víctimas de un secuestro emocional?
– El “segundo mágico”. La neurociencia revela que tenemos un cuarto de segundo mágico durante el cual podemos rechazar un impulso emocional destructivo. Si logras detectar las señales del enfado antes de que esos automatismos emocionales te hayan secuestrado podrás controlarlos.
– Ponle nombre a lo que sientes. Otra técnica muy eficaz que llevan décadas recomendando los psicólogos es identificar y nombrar los sentimientos negativos. Por ejemplo, “estoy muy enfadado por lo que me hizo el año pasado”, o “siento desprecio por él porque engañó a mi hermana”. Ahora sabemos, gracias a los escáneres cerebrales, que poner nombre a un sentimiento reduce su intensidad y devuelve poder de decisión a la parte más racional de tu mente.
– “¿Importará dentro de cinco años?” Para darte tiempo a poner las cosas en contexto, pregúntate si lo que te inquieta o enfada importará dentro de unos años… Para ayudarte, respira lentamente antes de seguir hablando; eso te permitirá ganar tiempo y tranquilizar tu amígdala.
Si hemos caído en la trampa y la amígdala nos ha secuestrado, podemos intentar recuperar la calma lo antes posible. No es fácil, porque ¿os habéis fijado en que, cuando nos enfadamos o disgustamos, tardamos horas en recuperar la calma? Nos cuesta dormir esa noche. Ello es debido al cóctel de hormonas que nos han invadido durante el secuestro emocional. Esas hormonas nos impiden calmarnos. Pero cuando estamos alterados hay formas inteligentes de ayudar al cuerpo y a la mente a gestionar el deseo de venganza.
seryhumano.com / Elsa Punset
Fuente: Una mochila para el universo