Antes de que jugara su último torneo de tenis, Mónica Puig se paseaba por el Aeropuerto Internacional de San Juan como cualquier persona.
Sus abuelos la llevaban hasta el aeropuerto y ella esperaba en el área de embarque mirando su celular como todos los demás, a menos de que alguien la reconociera y le pidiera una foto.
Pero después de su último torneo en los Juegos Olímpicos de Río, ninguno de sus viajes a Puerto Rico será igual.
Cuando aterrizó en el aeropuerto esta semana, con la primera medalla olímpica de oro en la historia de Puerto Rico, la recibieron miles de fanáticos, un séquito de musculosos guardias de seguridad y una escolta de varias patrullas y motocicletas con luces parpadeantes.
Mientras su caravana avanzaba por San Juan la gente salía a las calles para saludarla, incluso al pasar por el proyecto de vivienda Luis Llorens Torres, donde los jugadores de béisbol o básquetbol y los boxeadores generalmente son las estrellas más idolatradas.
Puig pasó de ser poco conocida —la chica nacida en San Juan que se fue a Miami y se convirtió en jugadora profesional de tenis— a ser la heroína nacional que, a sus 22 años, ganó la primera medalla olímpica de oro de la isla.
“Estaba impactada”, dijo Puig en una entrevista en su hotel en San Juan, aproximadamente a kilómetro y medio del apartamento de su abuela, donde pasaba los veranos cuando era niña. “El apoyo que estoy recibiendo es indescriptible. No entendía el peso de mis actos hasta que llegué aquí”.
El martes la tenista recorrió las calles de San Juan y atrajo a miles de seguidores. El objetivo era conmemorar los esfuerzos de todo el equipo olímpico puertorriqueño, pero sin Puig no habrían tenido desfile.
Con el Abierto de Estados Unidos programado para comenzar el próximo lunes, la atleta solo tenía unos cuantos días para empaparse del cariño de Puerto Rico.
Se paró al frente de un autobús de dos pisos sin techo, con la medalla de oro en su cuello, mientras cantaba melodías puertorriqueñas y saludaba a miles de personas.
Las abuelas y las niñas la veían con admiración y levantaban sus banderas de Puerto Rico; los que estaban en sus oficinas salían de los edificios; los camioneros se estacionaban y hacían sonar sus bocinas. Había adolescentes, médicos, enfermeras, estudiantes con uniforme y monjas en hábito.
Un anciano vestía una camiseta con la imagen de Puig y su frase Pica Power para celebrar la medalla de oro. Sostenía un pequeño letrero que decía: “Gracias, Mónica”.
“Fue la experiencia más maravillosa de mi vida”, dijo Puig. “Estaba muy emocionada y me hicieron llorar mientras estaba allá arriba. Podía verlo en sus rostros, lo que significaba para todos. Me siento muy orgullosa”.
El histórico éxito de Puig llegó en un momento oportuno para Puerto Rico, un territorio de Estados Unidos que vive tiempos difíciles. La economía está decayendo bajo el peso aplastante de más de 70 mil millones de dólares en deuda gubernamental, los ánimos están decaídos y el temor al virus de Zika provocó que las Grandes Ligas de Béisbol cancelaran un partido que todo el mundo tenía ganas de ver.
La gente se está yendo de la isla para buscar un mejor porvenir en otra parte, y parece que la población está dividida entre luchar por el estatus de estado de Estados Unidos o convertirse en una nación independiente.
Sin embargo, los puertorriqueños que viven ahí y en el extranjero se unieron cuando Puig se adueñaba de la cancha en Río de Janeiro y el ímpetu aumentó con cada victoria.
Sin clasificación y en el puesto 35, Puig atrajo escaso interés en su primer partido. Cuando llegó el segundo, la gente comenzó a notarla. Después de que aplastó a Garbiñe Muguruza, la campeona del abierto francés y número tres del mundo, Puig ya tenía toda la atención de Puerto Rico.
Para cuando venció a Petra Kvitova, las dos veces ganadora de Wimbledon, en las semifinales, había cautivado al país. Gigi Fernández, quien también es de San Juan, ganó el oro en dobles en los Juegos de 1992 y 1996, pero lo hizo representando a Estados Unidos.
Antes de los Juegos Olímpicos de Río, Puerto Rico solo había ganado ocho medallas desde que participó por primera vez en 1948: dos de plata y seis de bronce.
Cuando Puig entró a la cancha para competir contra Angelique Kerber, en el partido por la medalla de oro el 13 de agosto, las calles de Puerto Rico estuvieron en silencio y vacías, según varios reportes y recuentos de decenas de personas. Cuando ganó, la gente se asomó en los balcones con banderas y gritos. Los conductores tocaban las bocinas y la gente bailaba y se abrazaba en los bares y restaurantes.
“Toda la isla se unió”, dijo Puig. “Siento que uní a la isla”. Y agregó: “Sé que en Puerto Rico no hay muchas personas que vean tenis o sepan de qué se trata. Pero es sorprendente lo que un momento como este puede significar”.
Después de la victoria de Puig, las celebridades puertorriqueñas publicaron felicitaciones en Twitter; entre ellos estaban Lin-Manuel Miranda, Jennifer Lopez, Ricky Martin, Marc Anthony y Carlos Corres, el campocorto estrella de los Astros de Houston, quien además es amigo de Puig.
En el fondo, fue una victoria para todos los puertorriqueños. Javier Ortiz-Cortés, de Bayamón, un titiritero de 48 años que estaba en una misión eclesial en Nicaragua el día de la final, encontró una señal de internet y la vio en su celular.
“Es lo más grande que le ha pasado a Puerto Rico”, dijo Cortés el miércoles cerca de una hermosa cancha pública de tenis en Parque Barbosa, San Juan. “Que una joven puertorriqueña lograra su meta nos da esperanza. Aquí la gente está frustrada. Se siente como si todos en Puerto Rico tuvieran una medalla de oro gracias a ella”.
La popularidad repentina de Puig es increíble, pues el tenis no es un gran deporte en Puerto Rico. La pasión de la isla es el béisbol; el básquetbol y el boxeo también muy populares. El fútbol, vóleibol y quizá incluso el judo y el salto de altura podrían ser un poco más populares que el tenis.
Pero Astrid, la madre de Puig, lo jugó en su niñez en San Juan y llegó a los primeros lugares de la clasificación en la liga junior de la isla, aunque nunca jugó profesionalmente. La familia Puig se mudó a Miami cuando Mónica era número 1, pero ella y su hermano regresaban a pasar los veranos con sus abuelos.
El tenis de su hija mejoró cuando era adolescente, dijo Astrid, y la familia decidió que jugaría para Puerto Rico, pues ofrecía más apoyo financiero que la United States Tennis Association. Pero el apoyo dependía de que Puig ganara una medalla en eventos como los Juegos Panamericanos y Centroamericanos.
Eso pudo haberle enseñado la importancia de obtener una medalla. A los 16 años, ganó el oro en los Juegos Centroamericanos, celebrados en Puerto Rico, y el año pasado ganó bronce en los Juegos Panamericanos en Toronto.
“Jugar para Puerto Rico fue la mejor decisión”, dijo Puig. “Estoy muy orgullosa de mis raíces puertorriqueñas. Rendir frutos así solo reafirma ese orgullo”.
Puig tuvo una mala racha en 2015 y su clasificación cayó; alguna vez estuvo en el número 6 del top 40, pero ese año cayó al 92. Esta temporada, su camino a Río estuvo lleno de éxitos. Alcanzó la final en el evento de Sídney en enero de 2016 y las semifinales en Eastbourne en junio, con lo que su clasificación mejoró.
Los jugadores ya no son premiados con puntos de clasificación en las olimpiadas, pero ahí consiguió algo igual de valioso: seguridad. Todo empezó después de su victoria 6-1 contra Muguruza; después creyó más en sí misma cuando le ganó a Kvitova en tres sets en las semifinales.
En la final, contra Kerber, Puig dijo que los nervios le costaron el segundo set. Sin embargo, cuando dominó 5-1 en el tercero, se prometió que estaría tranquila.
“Eso fue una gran mentira”, dijo. “Definitivamente fue el momento de mi vida. Fue la mezcla de emociones más extrema, aterradora y vertiginosa que he sentido. Me temblaban las manos”. Su siguiente parada es el Abierto de Estados Unidos la siguiente semana en Nueva York. Puig sabe que cuenta con mucho apoyo por parte de gente con raíces puertorriqueñas y de los países caribeños.
En menos de un mes, vivió momentos memorables. El martes en San Juan, el desfile de 8 kilómetros en su honor terminó en el Coliseo de Puerto Rico, donde ella y otros jugadores olímpicos bailaron y cantaron en el escenario en una celebración frente a miles de personas. Puig lloró durante su discurso.
Carlos Nido, de 35 años, un abogado público de San Juan, llevó a sus dos hijas. “Son muy jóvenes”, dijo. “Pero quizá algún día también jugarán tenis”.
seryhumano.com / David Waldstein
nytimes.com