La rutina diaria se hace rutinaria. Es como la analogía del ejercicio de la existencia humana. Nacer, crecer, reproducirse y morir. Solo que con otras palabras. Levantarse, enojarse y/o alegrarse, producir y morir.
¿Morir?, se preguntaran algunos y, sí, lo repito, morir.
Porque en cierta forma la rutina es una forma de muerte lenta, sin contemplaciones, sin amago. Claro está que ciertas acciones no pueden hacerse sin la rutina correspondiente. No puedes alegrarte o enojarte, si aún te encuentras con Morfeo, a menos que unas inesperadas carcajadas se inmiscuyan en tus sueños, y al ver el reloj, el enojo con que te levantes sea proporcional al sonido de tu inaugural risa al despertar.
Al término de esa emoción (alegría/enojo) o la ausencia de ésta al abrir los ojos, lo siguiente es sentir la responsabilidad o el precio de vivir. Nada es gratis en el camino a recorrer cada uno de tus días. Pagar el techo que te cobija o su elemental mantenimiento, lo que te llevas al estómago, las fachas que cubren tu cuerpo y hasta la publicidad que hace el noticiero; de alguna manera pagamos para que nos den malas noticias…
Gruñes y apagas el televisor. Ya vas tarde a eso al que llamas trabajo. A veces te inquietas al percatarte que trabajo es lo que pasas, no solo para llegar ahí, tres tipos de destartalados autobuses como único sistema de transporte, sino porque no le encuentras mucho sentido hacer siempre lo mismo, y lo que es peor, la miseria de salario que te pagan. Pero estás completamente seguro que a alguien le debe ser rentable. Como dice aquel adagio que escuchabas en casa cuando niño, “nadie sabe para quién trabaja”.
Hoy no tienen clase tus tres tripones. ¿Cómo van a tener, si es domingo? Tus días terminaron siendo perfectamente iguales. Tienes que ir a trabajar. A eso se dedica tu intelecto. Te ríes con sorna, piensas a estas alturas, que te queda algo de intelecto.
Es tan temprano todavía que tienes tiempo para tomar un café. Pero ha quedado tan caliente que quemó tus labios. No ha empezado nada bien este día. Ni el anterior a este… a decir verdad, no recuerdas cuando fue la última vez que despertaste con ganas de… vivir.
Un horrible estremecimiento recorre tu agarrotado cuerpo. No puede ser que le hayas permitido colarse de nuevo en tu existir al monstruo de la decepción y el cinismo.
Es tan temprano todavía que tienes tiempo para tomar un café. Pero ha quedado tan caliente que quemó tus labios. No ha empezado nada bien este día. Ni el anterior a este… a decir verdad, no recuerdas cuando fue la última vez que despertaste con ganas de… vivir.
Un horrible estremecimiento recorre tu agarrotado cuerpo. No puede ser que le hayas permitido colarse de nuevo en tu existir al monstruo de la decepción y el cinismo.
seryhumano.com / Yosmar Herrera