“Navegando en aguas tuyas voy ligera,
solo dejo que me lleve la marea,
cada calle de mi mundo pasa por tu corazón
soy para ti, tú para mí, eres más de lo que di,
soy para ti, que a mí me da con que me quieras.”
Rosana Arbelo – Vale la Pena –
Llegué temprano a la oficina, ya que ese día se había programado un proceso de desincorporación. Para quienes trabajamos en el ámbito de la computación, este proceso consiste en sacar todos los equipos dañados del depósito y enviarlos a un sitio, donde se puedan reciclar de manera óptima.
Este material es trasladado regularmente por camiones. Y en ellos vienen el chofer y dos ayudantes.
El día pasó rápido y movido. A eso de las 3 de la tarde _hora de la merienda _me permití comprar varias bebidas y pasteles. Los serví en mi escritorio e invité a los compañeros a comer.
El chofer se acercó y me comentó: – ¿Esto es para nosotros también?, y le contesté: -Claro, es para todos. Así que en un destello de cordialidad, me abrazó y me dijo: -“Gracias. El día de ayer fuimos a hacer una mudanza en una casa de familia muy adinerada y como teníamos sed, le pedí a la señora que si me podía regalar un poco de agua, y fue cuando -de manera muy natural para ella -, se refirió apuntando hacia fuera diciendo: ‘allá esta la manguera en el patio. Allí toman agua el tipo de gente como usted’.
Les confieso que por varios segundos tuve que contener las emociones en mi garganta, cuando él siguió con su relato: -“Yo por supuesto, no tomé agua y solo la miré con compasión mientras en mi mente me decía, si usted cree que me está humillando, pues no, la humillación llega cuando dejamos de comprender que solo Dios basta para vivir”.
Sabe señorita, _siguió el compañero con su relato _: “Yo serví en la guerra de Vietnam. Cuando éramos castigados, nos enterraban por un mes en una fosa individual bajo tierra, donde solo cabíamos agazapados, sin agua, sin luz, sin ropa, sin comunicación. Y en esa experiencia única aprendí, que para vivir, muchas veces lo que se necesita es tener a Dios en nuestro corazón”.
De esta conversación ya han pasado 14 años.
Han pasado muchas cosas que incluso han cambiado en mí el significado de tener a Dios en mi corazón. Y lo que más me ha acercado a esta sensación, es sin lugar a dudas el perdón.
Y es que, el perdón es la experiencia más placentera luego del orgasmo, que más me ha liberado a nivel físico, emocional y espiritual.
El perdón es como los lentes que usamos para ver las películas en tercera dimensión, en dónde nos permitimos rozar en esas áreas que nadie llega, tocar los colores de las emociones que hemos vivido, escuchar el sonido hambriento de nuestros sentimientos, oler la fragancia de nuestra alma rendida ante la paz interna.
El perdón se come con las manos llenas de chocolate y como niños chuparnos los dedos de la comprensión, que erramos desde lo humano. Trascendemos por reflexionar y rectificar. Y agradecer sentados en el piso frío de nuestro arrepentimiento porque al levantarnos, nos sentiremos más grandes y con una sonrisa de color a cacao venezolano que es el mejor.
Porque el perdón sabe a gloria, baila con el otro ser humano, le hace el amor a nuestra conciencia y nos preña de compasión, para que en momento justo de bendición, demos a luz nuevamente a Dios.
seryhumano.com / Morelba del Valle Martínez Inciarte