En Bélgica, un país dividido lingüísticamente, hay pocas cosas en las que las personas coinciden. Pero un intento de que las típicas patatas fritas sean reconocidas como patrimonio cultural mundial, como la ópera de Pekín o el tango del Río de la Plata, podría conseguir un respaldo unánime.
Las patatas fritas belgas se venden tradicionalmente en un «fritkot», un establecimiento pequeño o un remolque, y se entregan al consumidor en un cono de papel.
Existen unos 5.000 de estos establecimientos en Bélgica, que per cápita sería unas 10 veces más común que los restaurantes de McDonald’s en Estados Unidos.
El Gobierno de la región de Flandes, donde se habla neerlandés, ha reconocido este año las conocidas patatas fritas belgas como una parte integral de la cultura nacional y se espera que las comunidades francófonas y de habla germana debatan el tema el próximo año.
UNAFRI, la asociación nacional de propietarios de «fritkots», que impulsa la iniciativa, asegura que estos establecimientos informales son únicos de Bélgica, donde la uniformidad corporativa no es del gusto común.
«Un cono de patatas fritas es Bélgica en miniatura. Lo increíble es que esta manera de pensar es la misma, a pesar de las diferentes comunidades y regiones«, ha asegurado el portavoz Bernard Lefevre.
Muchos turistas se suman a los locales en las largas filas de los populares «fritkots» de Bruselas.
La UNESCO tiene una lista de 314 elementos de patrimonio cultural inmaterial, que incluye desde el café turco al canto polifónico de los pigmeos Aka de República Centroafricana.
Las patatas llegaron a Bélgica en el Siglo XVI, pero no fue hasta el XIX cuando se empezaron a vender cortadas y fritas como una comida. La UNAFRI dice que el 95 por ciento de los belgas compra en un «fritkot» al menos una vez al año.
seryhumano.com / Robert-Jan Bartunek
Fuente: reuters.com